Por: Juan Fernando Jaramillo Galvis
El Valle de Aburrá contiene diez municipios interconectados por la misma cultura, los mismos grandes problemas y por los servicios públicos domiciliarios. De los diez municipios, Medellín es el hermano mayor por su volumen demográfico, financiero, suelo urbano, presupuesto y desarrollo general. Sin embargo la conurbación o integración de los municipios que forman un área metropolitana, con la mayor parte de la población del Departamento de Antioquia, exige que haya una nueva visión administrativa pública que supere las limitaciones que la legislación crea a los entes territoriales denominados municipios, como célula local de convivencia y asiento de los ciudadanos.
El tema de la seguridad ciudadana viene al caso. La criminalidad urbana es bien distinta a la criminalidad rural donde actores como la guerrilla y las bacrim tienen una estructura y un modo operativo diferente. La criminalidad urbana es una hidra de múltiples expresiones y cabezas que no tiene fronteras municipales. Las bandas o combos operan a lo largo y ancho del Valle de Aburrá y tiene guaridas móviles en sus cabecillas, mientras la actividad delincuencial territorial está delimitada por las pandillas barriales y comuneras que han aplicado, para ejercer su “jurisdicción” delictiva, las denominadas fronteras o límites invisibles en lo físico, pero mortales en su aplicación.
Necesitamos una nueva forma de combatir el crimen metropolitano aunando esfuerzos de los distintos municipios para crear una entidad supramunicipal estable, financiera y administrativamente autónoma que no solo impulse la labor represiva, sino que articule la investigación de inteligencia policial con la tarea social de gran envergadura de darle solución a los núcleos juveniles en que se generan las expectativas de ser los continuadores de la onda criminal.
Esta entidad de seguridad ciudadana no puede ser coyuntural. Por el contrario sería de largo aliento conformada por profesionales de las ciencias sociales, la criminalística, la solución pacífica de conflictos y la aplicación de nuevas normas para erradicar, in situ, las venganzas, el machismo, la violencia familiar y el asistencialismo populista sin retribución de modificaciones en las conductas antisociales.
Medellín, hermano mayor en las administraciones municipales del Valle de Aburrá deberá encabezar esta tarea, sin imposiciones y con la concertación obligada por su condición de ciudad capital del paisanaje antioqueño. Pero la ciudadanía y los concejos municipales de los demás municipios deberán actuar y presionar a sus alcaldes para que superen los límites mentales que los reducen a cabalgar en solitario, cuando la seguridad ciudadana exige una democracia activa y no declamativa.