Margarita María Restrepo

Por: Margarita María Restrepo

Los diminutivos  por  regla general tienden a denotar  inferioridad o pequeñez. Otras veces sirven para expresar cierta modestia como por ejemplo  aquel que tiene una suntuosa mansión y para evitar caer en garras de la petulancia se refiere a ella como su casita.

Los tiranos por regla general minimizan sus abusos y engrandecen fantasiosamente sus ejecutorias.

Juan Manuel Santos es un gobernante altamente impopular, ejerce el poder a espaldas de las necesidades reales del pueblo colombiano, administra a Colombia de manera despótica y sin escuchar las voces de quienes en democracia le suplican un ápice de sensatez .

Su terca voluntad de avanzar en un proceso de paz que no tiene ni pies ni cabeza, condujo a Colombia por un despeñadero que se refleja en todos los índices de desarrollo social.

Cuando se vio obligado a reconocer que estaba negociando con el terrorismo nos dijo que el proceso de paz no interferiría en el desarrollo natural de las actividades del Estado.  No creímos que fuera así y se lo advertimos oportunamente.

Cuando un gobierno decide negociar los asuntos del Estado con terroristas, indefectiblemente termina envuelto en la dinámica que imponen aquellos que al fin y al cabo son unos campeones mundiales  en manipulación, trampa y engaño.

Paradójicamente esos tres adjetivos le son comunes tanto a las Farc como al presidente de los colombianos Juan Manuel Santos.

En las últimas semanas  hemos soportado con entereza de cristianos una serie de decisiones  humillantes  que son la comprobación tácita de que el nuestro es un gobierno cobarde que no tuvo la valentía de cumplir con su deber constitucional  y legal de defender la  vida, honra  y bienes de todos los ciudadanos. Prueba de ello es el embeleco del desescalonamiento  tanto en lo militar como verbal.

Las armas legitimas de la República ya no apuntan hacia los terroristas; nuestros soldados y policías maniatados en sus cuarteles ya no repelen a los criminales; quienes debían estar entrenándose para defender  la patria, ahora están capacitándose para asumir un post conflicto que solo existe en la mente delirante  e impotente de Juan Manuel Santos.

Pero también se nos ha conminado a desescalar el lenguaje para no herir las susceptibilidades  de los genocidas. No podemos denunciar que un helicóptero haya sido derribado, sino que este cayo por cuenta “del mal tiempo”. A los secuestrados  hay que llamarlos “retenidos irregularmente” y siguiendo en esa línea a quienes le den la bendición al pacto de impunidad que se suscriba en la isla de la satrapía Castrista tendremos que decirles “ honorables miembros del congresito.”

Decíamos al comienzo de esta columna que los tiranos son muy dados a minimizar  sus desmanes  y la iniciativa  del congresito que, no lo dudo será una realidad, es un abuso oceánico que hiere de manera grave la estabilidad democrática de nuestra nación.

El Congreso de la República  es un poder legal y democráticamente constituido. Quienes ocupamos  sus curules lo hacemos porque así lo decidió el pueblo.

Pensar en un cuerpo colegiado con poderes plenipotenciarios, cuyos integrantes sean designados a dedo por Santos y Timochenko, es nada mas ni nada menos que la protocolización de un golpe de Estado y la derogación de la Constitución de 1991.

Y las cosas  hay que llamarlas por su nombre y sin diminutivos: Juan Manuel Santos se apresta a explotar en mil pedazos la democracia colombiana.