Por: Jaime Jaramillo Panesso
Lo que ocurre en Caracas rebota en Bogotá. Desde la derrota de Simón Bolívar en Puerto Cabello y el terremoto en la capital de Venezuela, a los colombianos nos une el mismo cordón umbilical con los venezolanos, pues nacimos en la misma República de la Gran Colombia. La frontera entre ambos países ha sido fluida, abierta y más porosa que con otros estados de la vecindad. En épocas de la violencia bipartidista entre liberales y conservadores, entre manzanillos y godos como decía el pueblo, la guerrilla liberal en los Llanos Orientales, comandada por Eliseo Velásquez y Eduardo Franco Isaza, recibió apoyo de los habitantes fronterizos, conocedores de la dictadura de Laureano Gómez. Muchos años después, ya no fue el venezolano fronterizo y los demócratas del interior quienes albergaron a los luchadores colombianos, sino el mismísimo jefe de gobierno y dueño de la Guardia Bolivariana, el coronel Chávez, quien dio apoyo a una guerrillas estalinistas que combatían a un gobierno democrático, lo contrario de 1950. Son las vueltas de la historia que se parecen al perro que da vueltas para morder su propia cola.
Hoy la historia es más revulsiva y cruel. Nuestros coterráneos llegaron a trabajar en las tierras allende del Arauca vibrador, donde éramos hermanos de la espuma, de las garzas, de las rosas y del sol, inclusive a adquirir la ciudadanía venezolana. Pero al Honorable Académico de la Lengua Española, Nicolás Maduro, lo atormentan las elecciones venideras y decide montar una pieza teatral demagógica y macabra en la cual los colombianos en ese país son unos delincuentes y algunos de ellos reciben preparación como paramilitares, bajo la orientación y comandancia del expresidente Álvaro Uribe, con el objetivo de asesinar al todopoderoso camionero, Presidente de Venezuela. Inventa enemigos y atentados para cubrir con un patrioterismo carnavalesco el desastre de su gestión.
Que Maduro diga tonterías y cometa errores de sintaxis y ortografía, que se le notan en su trompabulario, no nos quita el afecto por el “bravo pueblo” vecino. Nos indignan dos cosas: que la Guardia venezolana atropelle y cumpla la orden de deportar a los colombianos, por una parte. Y que el gobierno de Colombia, Presidente y Ministra de Relaciones Exteriores, no tengan el carácter y la personalidad suficientes para responder los agravios del camionero Presidente. Además les falta entereza para defender a un expresidente de la nación, que no es un perico de los palotes, sino un ciudadano meritorio, pero que al igual del expresidente Pastrana, han sido agraviados por Nicolás Maduro.