Por: Gustavo Salazar Pineda
Inicio con esta columna una serie de artículos acerca del modus vivendi, gustos, disgustos, costumbres, manías, miedos y otros tópicos sociológicos y psicológicos de las personas que dentro del conglomerado social detentan cargos, funciones, empleos u oficios relevantes, distinguidos y que, como tal, ejercen especial influencia dentro de sus conciudadanos.
No es que menosprecie o ignore lo que sucede o acontece con las clases trabajadora, popular o baja, lo que pienso es que una vez satisfechas las necesidades mínimas y básicas de subsistencia se tienen que aprovechar la riqueza, los medios y la inteligencia en usarlos apropiadamente con miras a vivir plenamente y alcanzar la meta anhelada de todo ser humano: la felicidad.
En este convulsionado y angustiado mundo moderno aprisionado por la más sofisticada tecnología no basta con tener los recursos económicos para vivir bien. Muchos individuos hay entre hombres y mujeres que detentando un alto cargo obteniendo una gran remuneración por su trabajo viven, sin embargo, ansiosos, insatisfechos e infelices. No siempre la ecuación ingresos altos y posición social aseguran una existencia feliz.
Prueba la anterior afirmación el ejemplo de lo que acontece con los habitantes de los países escandinavos y de Suiza. Suecia, Dinamarca y Noruega son particularmente naciones en las que predomina el socialismo de estado y las personas que allí habitan tienen satisfechas las más importantes y vitales necesidades y no obstante ello, tienen la tasa de suicidios más alta del mundo.
Respecto de Suiza, puede afirmarse que la comunidad helvética goza de un alto índice de ingreso per cápita en el mundo por habitante y no por ello es la nación más feliz de la tierra.
Acontece igualmente que Colombia aparece dentro del panorama mundial como una nación en la que sus gentes son muy felices a pesar de contar con millones de personas que viven dentro del umbral de la absoluta pobreza y muchos dentro de una precariedad laboral y económica agobiantes. Sea cierto o no, todo parece indicar que riqueza no es necesariamente sinónimo de vida serena, tranquila y feliz.
Existen muchos dichos, máximas y sentencias que apuntan a demostrar que no siempre poseer una cuenta bancaria con cantidades grandes de dinero garantiza a su titular una alegre y feliz existencia. “El dinero no lo es todo”, “Es preferible tomar agua de panela y vivir tranquilo que poseer demasiada plata”, son dos acertijos populares que tienen mucha acogida entre hombres y mujeres del pueblo.
El dinero es necesario e imprescindible para vivir bien empero, superada cierta cifra y cuando se tiene en demasía es más la dificultad que representa su manejo que la satisfacción y alegría que otorga su propietario.
Otro tanto puede pregonarse de la belleza de la mujer. Nadie niega las ventajas que conlleva tener una figura agradable y una belleza excepcional pero, a veces, es un arma de doble filo, hermosura y felicidad no siempre van de la mano. Marilyn Monroe y muchas vedettes y estrellas de Hollywood han sido, por el contrario, víctimas mortales de su belleza.
Además de belleza y riqueza el ser humano requiere para vivir una existencia armoniosa y feliz, inteligencia, prudencia, bondad y otras virtudes tradicionalmente admiradas y practicadas por muchas generaciones.
Pueblos existen que siendo ricos no tienen jamás la calidad de vida de naciones o comunidades con estrecheces económicas. Los alemanes en Europa tienen ingresos muy superiores a los ciudadanos del sur de España, pero la alegría en el vivir de estos es muy superior a la vida gris, triste y nocturna del ciudadano teutónico.
Igual acontece con las personas. Las mujeres y hombres con altos cargos e ingresos superiores a la media de una nación lucen a menudo agobiados, estresados, tristes y suelen sufrir depresiones y estados de ánimo muy bajos. Especialmente sensible en la clase media-alta, cansancio, amargura y tristeza suele apreciarse en quienes ostentan altísimos y bien remunerados cargos en puestos oficiales, empresas públicas o privadas.
Comprender el fenómeno, reflexionar sobre lo que le acontece a las élites, hacer consideraciones y realizar algunos diagnósticos preventivos es tarea de sociólogos, psicólogos, periodistas u otros expertos en análisis de la conducta humana.
Abordar tan compleja situación es el cometido que se propone este columnista en múltiples y futuros artículos para este periódico virtual. Quizás sea una tarea tan difícil como pretenciosa, pero el aprendiz de periodista que quiere emprender la labor intelectual que sirva al menos para crear la polémica y el debate acerca de muchos tópicos que aquejan a directivos, altos y medios mandos de la actividad política, empresarial, burocrática y laboral mundial.
Es un ejercicio sano y conveniente para quien tiene el deber y la obligación y el privilegio de crear opinión dentro de los lectores que tienen la amabilidad, el tiempo y la disposición de ánimo para prestar atención a lo que escribe este columnista. Al fin y al cabo es lo que han hecho a través de la historia quienes han ejercido este tipo de periodismo crítico. Espero no defraudar al paciente y silencioso lector de mis columnas.