Por: John Fernando Restrepo Tamayo
Hoy se cumplen 20 años de funcionamiento del Metro de Medellín. Veinte años de una hazaña que vale la pena repetir y exportar. Veinte años de compromiso y fusión entre los intereses de la administración y las necesidades de la comunidad. Veinte años facilitando la movilidad de más de la mitad de la población del área metropolitana. Veinte años de retos y compromisos. Veinte años de aprendizaje. Veinte años perifoneando un sistema de construcción de civilidad. Veinte años vendiendo una postal al mundo entero. Veinte años haciendo una apuesta por la construcción de lo público.
Existen muchas razones constitucionales para adoptar una posición crítica frente a la Cultura Metro. Pero en términos de institucionalidad el Metro de Medellín cumple a cabalidad su función. Crea identidad y pertenencia. Vincula lo público en la vida cotidiana de millares de usuarios que lo usan a diario. El Metro de Medellín en cuanto al costo que le carga a cada usuario materializa la idea de Estado social de derecho porque ningún otro medio de transporte es tan pronto, tan seguro, tan útil, tan eficaz, tan económico y tan eficiente en uno solo como sí puede serlo el Metro de Medellín.
Hace poco decía en una intervención pública que la gran diferencia entre las sociedades del primer mundo y las nuestras es que en ellas hay conciencia de lo público. La violación de los derechos individuales se entiende como una violación al derecho de cada quien. Por eso la población se levanta, se indigna, protesta y reclama. Hacía alusión al caso parisino del 13 de noviembre. La sociedad francesa no atiborró las calles reclamando libertad y paz porque los muertos superaran la centena. Lo importante no era la cantidad. Pues para las sociedades decentes la vida y la libertad no tienen precio ni número. Con los muertos de un solo bar habría sido suficiente para que la gente saliera a reclamar. Con cien invadieron al mundo. Así lo registraron las condolencias, el despliegue de prensa y los comunicados de todos los rincones del mundo solidarizados con Francia que es a la vez Europa y a la vez Occidente.
En sociedades como la nuestra todos los días hay una masacre. Todos los días asesinan a sangre y fuego. Y nada pasa. Alimento para noticieros amarillistas y morbosos. La sociedad aletargada utiliza la tele para ver concursos y partidos de fútbol. La formación de opinión y conciencia pública es ajena y estrecha. Sin opinión y sin recursos nos toca valernos de sistemas que visibilicen lo público. Puede que vulneren muchos derechos básicos individuales. Pero en medio del desierto un refresco es oasis.