Por: Gustavo Salazar Pineda
La bimelinaria práctica de la prostitución, atribuida exclusivamente en razón del también milenario machismo al género femenino, solamente ha sido socialmente reprochada y tachada de innoble e indecente para las mujeres que la han practicado. Nadie o al menos pocos hablan a cerca de otras formas de prostitución que existen y cuyas actividades que dan lugar a ella gozan de una hipócrita aceptación, reconocimiento, cuando no de una exaltación desbordante, escondida en un éxito personal y empresarial aparentemente conducente a la felicidad de quien lo alcanza o lo ostenta.
Sin entrar en rodeos son millones los hombres y mujeres vestidos con trajes de marcas reconocidas (Versace, Dior, Ferragamo, Chanel, etc.) que practican una especie de prostitución mental, intelectual y emocional sin que la sociedad los critique ni tales ejecutivos padezcan algún trauma o falencia psíquica por su condición de serviles, esclavos, dependientes y reverentes de sus amos a quienes con eufemismo se denominan empleadores, patrones o generadores de empleo.
Esta es una de las fuentes inocultables de la insatisfacción de los mandos medios y de los altos empleados de la burocracia estatal y la empresa privada que se refleja en sus rostros marchitos, sus miradas tristes y sus cuerpos rígidos y que conduce a largo o corto plazo a enfermedades cardíacas, físicas y psíquicas mortales tan propias del hombre o mujer dedicados a la alta y mediana gerencia empresariales.
Todos nos vendemos de una o de otra forma, prostituta no es solo la mujer que vende su cuerpo, también lo es quien vende otro músculo del cuerpo humano, el cerebro, con el agravante que aquella generalmente no hipoteca su emocionalidad o espiritualidad cuando se entrega al acto carnal, en tanto que el ejecutivo, el mando medio, el empleado público o privado de su servicio profesional compromete a menudo su intelecto su emoción o su espíritu en la tarea u oficio que desarrolla o presta.
Cuando una mujer dedicada al oficio del trabajo sexual yace con una persona normalmente vende un momento de placer que ejecuta con su cuerpo y casi nunca su alma, razón por la cual la persona que ejerce la clásica prostitución no besa y su acto, por tanto, se torna mecánico e instrumental, pero no hay compromiso emocional, intelectual emocional en el encuentro de los dos cuerpos.
No pasa lo mismo con quien vende un servicio, presta una relación intelectual, gerencia o desarrolla un oficio de mediana o alta gerencia empresarial. El mediano o alto ejecutivo, y ni qué decir del empleado raso, venden, sin que se lo propongan y muchas veces sin que caigan en cuenta, su estado anímico y de allí que muchos empleados públicos o privados de alto, mediano o bajo nivel finjan sonreír cuando su alma o espíritu se encuentran abatidos por múltiples problemas y conflictos personales. El servilismo, la reverencia, la alabanza o la llamada lambonería hacen parte del diario vivir y del cotidiano quehacer del ejecutivo, del empleado medio y ni qué decir del bajo, forma de prostitución que socialmente no es así considerada ni tiene ribetes negativos que degradan a quien la practican, no obstante tal forma de actuar del trabajador, empleado o director ejecutivo se asemeja a la prostitución tradicional.
Estas armas de manipulación y actuación disfrazada con gestos de cortesía, educación y aparentemente respeto son los que utilizan todos aquellos que aspiran o logran conquistar puestos de renombre de burocracia en el estado o las empresas privadas, especialmente las multinacionales.
Toda empresa pública o privada se fundamenta en criterios de autoridad, respeto y obediencia y ellos constituyen la esencia del quehacer corporativo, público o privado y si el aspirante a algún cargo o el ejerciente del mismo no aprende las mañas, métodos, usos o costumbres que se practican en esas actividades, está condenado anticipadamente al fracaso laboral, personal o social.
La jerarquía u obediencia cuando son ejercidas por alguien que tenga talento o capacidades para ello conllevan a que la empresa o entidad marche adecuadamente. El problema surge a menudo cuando los mandos medios o altos son ejercidos por individuos sin capacidad y actitud que llegan a sus cargos, empleos o puestos por recomendación, palanca, influencias o intereses de otro orden que es lo que suele ocurrir con los empleos estatales a los que excepcionalmente se accede por méritos o carrera administrativa.
Las tensiones, conflictos o desavenencias en las empresas del estado o particulares son muy frecuentes a causa de estos flagelos tan propios de los países subdesarrollados y a veces de las naciones que ocupan liderazgo dentro de la comunidad mundial.
Muchísimos empleados confunden su cargo con la persona, y creen que el respeto y la admiración deben girar en torno a la persona que lo ostenta y no en relación con la función o dignidad que es la que concede en última instancia el respeto y la admiración. Las llamadas carangas resucitadas, tan abundantes en este trópico, son quienes más demeritan y desprestigian la mediana y alta dirección empresarial estatal o privada. Nada es más repugnante e indeseable que un empleado bajo, medio o alto con ínfulas de sabio. Estos reyezuelos de la burocracia o la vida empresarial causan náuseas y desagrado a quien debe soportar estos patanes y altaneros empleados. Nada es más satisfactorio y que cause más admiración y gratitud que recibir un buen trato de un servidor público o privado, pero esto se ha vuelto cada día una excepción y no la regla general.
Este tipo de individuos que reclaman y piden a gritos un respeto que no se ganan con su capacidad, buenos modales, educación y buen trato, van por la vida ostentando la más grosera vanidad, la más despótica soberbia y el más desagradable autoritarismo. Es usual encontrarlos en los mandos bajos, pero también en los altos cargos privados o públicos. Los empleados medios suelen ser más amables. Los de abajo se comportan así por resentimiento en tanto que los de la cúpula lo hacen por revanchismo, pues ellos saben que para llegar a la cima tuvieron que doblegar sus espaldas, empeñar su dignidad, y comportarse con la vil actitud de los reptiles.
Las grandes empresas del estado o de la actividad empresarial están repletas de individuos que practican cotidianamente el servilismo, la sumisión y la dependencia, de allí que sean nidos sociales donde se incuban los odios, resentimientos, envidias e intrigas de la más baja pasión humana. La dependencia, el servilismo, la reverencia, la lambonería son formas de prostitución intelectual, moral y emocional practíquelas el hombre sin distinción alguna o el más encumbrado de los agentes del estado o la empresa privada.
Estas manifestaciones modernas del empleo medio y alto y a veces bajo abundan en estos tiempos y no solo es actividad innoble de políticos, también lo es de otros funcionarios disfrazados de altos ejecutivos por más que sus míseras vidas gocen de una respetabilidad social y sus figuras luzcan elegantes, bien ataviadas de trajes de marca y expelan olores agradables de finos perfumes.
Vamos entendiendo, pues, por qué los ricos no solo lloran sino que lucen a menudo tristes, agobiados y parecen muertos en vida.