Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

La geografía nos enseña que Venezuela limita con Colombia en una larga extensión de ríos, montañas y mar. La historia nos enseña que tuvimos un nacimiento común en las guerras de la independencia y que los llanos y los páramos fueron caminos que compartimos en la gesta libertadora. Desde 1819 venezolanos y colombianos hemos cruzado la frontera en los diversos sitios que nos permiten los accidentes geográficos. Solamente en los últimos meses se cerraron los puentes y las carreteras, los puertos y las trochas para los colombianos por orden de un Presidente energúmeno y paranoico llamado Nicolás Maduro. Heredero de una teoría vaga y volátil, el socialismo del siglo XXI, que se asienta en el populismo con el soborno asistencialista de los dineros públicos, en la arbitrariedad de las expropiaciones, en la toma violenta de los medios de comunicación particulares, en la persecución y encarcelamiento de los líderes de la oposición, en la relación mágica y supersticiosa con la figura fantasmal de Hugo Chávez Frías, en la exportación de la revolución bolivariana por medio de los fondos petroleros. Indicios de su torvo pensamiento: Maduro se inventa conspiraciones de Uribe para justificar la expulsión de miles de compatriotas nuestros.

Como no hay mal que dure cien años, ni pueblo que lo resista, el régimen comienza a desmoronarse con la victoria electoral de la oposición. Las grietas se observan en el frontis del sistema que montó el chavismo utópico al unificar en un mismo ensamblaje el Estado, el gobierno y el partido. El triunfo de la oposición en Venezuela tiene un ingrediente: las Fuerzas Armadas, por medio del Ministro de Defensa, fijaron su posición de respetar el resultado de las elecciones del 6 de diciembre. Un fraude o desconocimiento conduciría a graves enfrentamientos, tomando en cuenta que las “milicias bolivarianas”  dependen directamente del Presidente, quien había amenazado a sus oponentes de manera pública. El Ejército hubiera tenido que intervenir abriendo fuego contra sus propios ciudadanos, lo que no estaba dispuesto a ejecutar.

Un alivio sentimos los colombianos con este suceso en Venezuela. Los insultos del sargento Diosdado Cabello dirigidos al Jefe de Estado colombiano y a otros líderes políticos como los expresidentes Uribe y Pastrana, el cierre de las fronteras y el apoyo evidente a las guerrillas son hechos hostiles que soportamos en aras de la “paz” internacional. Pero las cosas no pueden seguir así. El gobierno cubano no se va a quedar quieto al ver en peligro a su entenado, mientras en su territorio se juegan la carta de las Farc. La OEA de Luis Almagro y la competencia de la UNASUR de Ernesto Samper no tienen dientes ni autoridad política para proteger las fuerzas democráticas venezolanas que irrumpieron contra el populismo tiránico de Maduro y sus compinches.

La política exterior colombiana que juega con las cartas marcadas, debe ver que en América Latina está cambiando la correlación de fuerzas. Los diálogos en La Habana no pueden paralizar una revisión de fondo de nuestra posición con Venezuela, ya que somos el país que tiene los límites territoriales y demográficos más cercanos e interrelacionados con nuestro vecino, que su gobernante no es nuestro mejor amigo, pero que su pueblo si es nuestra mejor esperanza.