Edwin Franco

Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría 

Hay ciertas épocas del año (de las de la edad me ocuparé en otra columna) en las que es normal que la gente se siente a hacer cuentas de lo hecho y de lo no hecho, de cosas que se hicieron y de otras que no, de planes que quedaron para después, y a analizar las razones por las cuales se actuó de una u otra manera, qué debe cambiarse y qué no.   Esas épocas que yo identifico son básicamente dos:   la Semana Santa y diciembre.   La primera porque está imbuida de muchas celebraciones religiosas en casi todos los lugares de Colombia y por tanto, la gente se entrega al rezo, al arrepentimiento y en términos generales se dejan de cosas, especialmente aquellas dedicadas a la diversión y a lo que genere goce y satisfacción, para dar paso a la asistencia a diversos eventos de carácter religioso.   Sucede que por ser este tiempo el arrepentimiento y las ganas de cambiar se encuentran a flor de piel y se hacen, dentro del fuero interno, cuanta promesa se pueda uno imaginar para cambiar y redirigir el rumbo de la vida.   Flor de un día.   No más pasa la Semana Mayor, como algunos la denominan, para encontrar uno que muchas de estas personas están de nuevo en el “pecado”, en las mismas cosas que esa persona juró cambiar y a veces con más fuerza.

En la época decembrina, suelen hacerse otro tipo de consideraciones, normalmente se hacen balances de tipo económico, relativos a la consecución de cosas materiales, qué tanto se ganó o se perdió en los negocios y se hacen propósitos y esfuerzos para el que el año que viene, en ese campo, las cosas mejoren.   También se hacen balances de tipo personal, relacionados con el crecimiento interno; las buenas o malas relaciones con la familia, amigos, compañeros de trabajo; pero aun quedando el saldo en rojo, la gente se siente y se ve alegre, porque curiosamente es un tiempo que genera felicidad  así no se hayan dado cierto tipo de cosas, porque de alguna manera para algunos es una época asociada a la diversión, al licor, al exceso de comida, al encuentro con familiares que durante el año no se pueden ver y optan por reunirse por estos días, a los aguinaldos, aun cuando estos días están matizados por un componente también religioso, como lo es el nacimiento de Jesús, las novenas que anteceden su nacimiento y los imperdonables villancicos que se escuchan en todo lado y que en centros comerciales y algunos almacenes de cadena se encuentran grupos de púberes y adolescentes cantando, con música incluída, los más bellos y clásicos, que dan ganas de escuchar a toda hora.

Cualquier tipo de propósito que se haga en estas épocas es válido en orden al mejoramiento personal, al cambio para bien, a la consecución de objetivos y metas.  Deben ser días de recogimiento familiar, y hay ánimo de mejoramiento, de salir adelante, de prosperar, de tener éxito en todos los campos que nos movemos los seres humanos, pero no debe perderse de vista que son aspiraciones que deben estar siempre latentes, en todo tiempo; el poder ser mejor cada día es una de las convicciones más fuertes que debe tener todo ser humano y que lo debe mover a estar siempre motivado y a saber que una vez conseguido un objetivo, otro está a la vuelta de la esquina.

A vivir con plenitud la navidad, con tranquilidad, en paz, con mucha alegría, ojalá con la familia, que es lo mejor que se tiene, y a realizar planes para los tiempos venideros.