Por: Margarita Restrepo
Creímos que nada superaría al espectáculo macabro que registramos el fin de semana pasado, cuando un grupo de congresistas de la izquierda se desplazaron al Carmen de Chucurí a rendirle tributo al denominado cura Camilo con ocasión de los 50 años de su muerte en combate con nuestro Ejército.
Dicha visita, encabezada por los desafiantes Iván Cepeda y Ángela María Robledo, generó una muy legítima indignación no solo en los habitantes del azotado municipio santandereano. Un muy amplio sector de la sociedad y de la opinión pública nos manifestamos en contra de dicha apología a un hombre que traicionó sus principios religiosos, abandonando a la Iglesia para irse al monte a asesinar colombianos.
No terminábamos de digerir aquella noticia, cuando irrumpieron en el escenario las imágenes de los miembros de la plana mayor de las Farc haciendo proselitismo armado en una lejana población de La Guajira. Resulta absolutamente inaceptable que esos criminales, que aun siguen asesinando, reclutando menores y traficando con drogas, con la complicidad del gobierno, abusen del proceso de paz para venir a Colombia debidamente acompañados por el CICR a amedrentar a la población civil con sus discursos respaldados por hombres y mujeres fuertemente armados.
El episodio de La Guajira nos obliga a preguntarle al Gobierno si es que el acuerdo que se está perfeccionando en la isla de los tiranos Castro contempla que las Farc –que reiteradamente han dicho que no van a entregar sus fusiles- puedan constituirse en un partido político cuyos “militantes” van a poder ir por toda nuestra geografía nacional, pistola en mano, sumando adeptos.
Que el presidente Santos no nos crea tan ingenuos. Sus palabras de extrañeza son una verdadera farsa. Tanto él como su jefe negociador, el doctor De la Calle, son los responsables de lo que ha sucedido. Sus expresiones “enérgicas” no son más que una baladronada.
¿En qué idioma habrá que hablarle al Gobierno para que entienda que esa paz que está construyendo es una farsa? No puedo creer que el presidente sea tan inocente y que a esta altura de la partida, aún no haya caído en la cuenta de que su interlocutor es, al igual que él, un tramposo. Las Farc están ganando tiempo. Le apuestan al desgaste del gobierno, al colapso de nuestra economía para que, por físico desespero, Santos ceda ante todas sus pretensiones.
Por eso, grande es mi escepticismo sobre la sostenibilidad de ese proceso de paz en caso de que llegue a buen puerto. Hasta ahora, lo único que hemos visto son exaltaciones inaceptables a los victimarios y gabelas que son una verdadera bofetada a las víctimas. Bien valdría la pena que el senador Cepeda hiciera marchas y monumentos en honor a los miles de niños reclutados por la guerrilla y que el gobierno autorice la instalación de templetes y tarimas fastuosas en poblaciones azotadas por la violencia guerrillera para que comparezcan los jefes de las Farc, no a hacer proselitismo, sino a pedir perdón por los crímenes cometidos.
Espero sinceramente que el gobierno deje de manipular a la sociedad y de jugar con las ilusiones de paz del pueblo colombiano. Le llegó la hora al presidente Santos de asumir con seriedad, pero sobre todo, con entereza y criterio patriótico el proceso de paz y que entienda que éste se justifica sí y sólo sí los grandes beneficiarios del mismo somos los ciudadanos y no los violentos.