Por: Jaime Jaramillo Panesso
Nos dijo y sigue diciendo: “hemos logrado una paz estable y duradera”. El precio de esa “paz” es una carga económica, jurídica, social y política de tales proporciones que gran parte de la ciudadanía se siente engañada y/o agobiada. Las características de la implementación son complejas. Muchos excombatientes se han escapado de sus antiguos comandantes, unos porque volvieron a sus casas, otros porque se incorporaron al Eln o a grupos irregulares narco-rebeldes. Tal escenario de bandas armadas nos está causando desplazamientos, asesinatos, secuestros y extorsiones. Es una prolongación de una violencia que no encaja en el discurso de “una paz estable y duradera”.
Tal situación comienza a tener explicaciones. Cuando se hacen acuerdos donde las víctimas quedan frustradas, la venganza es una reacción consecuente. La falta de una sólida reparación estimula la no reconciliación y la vindicta. Una horrenda tradición de cobrar sus muertos aún persiste en las relaciones sociales de sectores rurales y urbanos.
Por otra parte la extensión y ampliación de los cultivos de coca y la producción a gran escala de la cocaína, acompasada de una fracasada erradicación de dichos cultivos, es el marco criminal atrayente para dar mantenimiento o nacimiento a las bacrim, y a la perpetuación de la Dea y de los grupos élites policiales.
La opinión pública colombiana y estadounidense, y lo que es peor, sus gobiernos no le han dado suficiente importancia a la guerrilla del Eln que quiere la paz, pero hace lo contrario en los oleoductos y en los campos sembrados de la mata que mata. El Eln es una federación de guerrillas que se agrupan bajo una sigla y su bandera roja y negra, pero varios de sus frentes son feudatarios, con intereses propios económicos que enmascaran con frases o consignas políticas, pero actúan con alto grado de autonomía, que hace imposible una negociación de paz, mucho más difícil luego de los acuerdos con las Farc que coparon el techo de las concesiones otorgadas por la capitulación del gobierno de Santos.
El Eln está cada día más desdibujado como organización política y se comporta como una asociación de bandoleros a quienes solo interesa el dinero o sus equivalentes en tierras, oro, incienso y mirra, modo de ensamblar con sus creencias religiosas. Por contraparte y para más dolor colombiano, nuestra Fuerza Pública ha perdido su moral de combate y el coraje de victoria, satisfechas con pequeñas hostilidades milicianas y con lucidas y pomposas marchas el 20 de julio, día para el cual si hay presupuesto para la gasolina.
Si la estrategia de Santos y Naranjo es prolongar la vida del Eln hasta el próximo gobierno, que no será de su cuerda, entonces Gabino, Antonio García, Pablo Beltrán y los fantasmas sacerdotales de Camilo Torres y Manuel Pérez podrán dormir tranquilos en sus campamentos, en los mejores hoteles u hospitales de Caracas, dependiendo de la clase de gripa.