Por: Jaime Jaramillo Panesso
En el bar de la democracia venden trago y venden hiel. Las elecciones del pasado domingo 11 de marzo fueron atípicas por varios fenómenos presentados, bochornosos unos como el agotamiento de las tarjetas para votar las consultas, el cual afectó la expresión de los ciudadanos que estaban en la escogencia de la alianza donde figuraban los candidatos Iván Duque, Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordoñez, porque fue esa tarjeta y no la otra de Petro, la que se agotó precisamente. De manera que la responsabilidad del Registrador Galindo no va a excusarse por compensación, pues al cumplir con la información oportuna de los demás datos del evento electoral, no lo eximen de la mala nota que causó y que ofende la credulidad en el sistema. Este trago amargo requiere de la intervención de la Fiscalía y de las misiones internacionales de observación y acompañamiento al proceso democrático. Que se vean y se hagan sentir estos funcionarios de la ONU y la OEA y otros de igual compromiso, para que su paso no sea un simple paseo burocrático.
Dos hechos muy notorios: la ratificación contundente de que el Partido Centro Democràtico es la fuerza política más importante y cohesionada del país. Y que la Farc es una partícula de la izquierda, sin peso y sin respaldo. Se ganaron la lotería por las dadivosas manos de Juan Manuel Santos, Sergio Jaramillo, Humberto de la Calle y el General Jorge Enrique Rangel.
No deja de sorprender, no obstante el campanazo de las encuestas, la aparición de Gustavo Petro en el escenario nacional. No es notorio, es preocupante y llama a somatén. El petrochavismo es la enfermedad terminal del comunismo utópico que reúne desde el lumpen proletario hasta la lumpen burguesía profesional y universitaria que han surgido al interior de las capas migrantes en las ciudades, por una parte, y los otros encapsulados en los estratos medios de la sociedad capitalista de la cual abominan, pero la disfrutan. Una mezcla de ácido sulfúrico con las uñas cortadas al lobo por Caperucita La Roja.
El petro-chavismo ha sido frenado por la vigorosa tarea del Centro Democràtico, sus aliados y la personalidad republicana de Iván Duque, tarea a completarse, inexorablemente, con la victoria de la democracia liberal sobre el populismo egopetrófago en las próximas elecciones presidenciales.
Hay otras corrientes no petristas que deben unirse en defensa de la nación. Pero su posición frente al acuerdo entre las Farc y el gobierno actual, los conduce a mantener rancho aparte. Es la misma hechicería con la cual pretenden negociar con una guerrilla decadente, fracturada, terrorista y narco-asimilada, con el cordón umbilical en la Habana y Caracas. Esos diálogos de mantenimiento debieran ser cambiados por sometimiento, después de la determinación militar. La paz vía capitulación y sus beneficiarios, lo mismo que sus promotores, han sido derrotados en las urnas, una derrota política que concuerda con las nuevas violencias del posacuerdo. Otros lo llaman posconflicto, un posconflicto que se retro alimenta del conflicto eminente.
Hay tiempo, pero corto, para hacer acuerdos electorales y convenios para el desarrollo de una convivencia “pacífica” en el nuevo Congreso que se instala el 20 de julio.
Mientras tanto brindemos en el bar de la democracia, por el triunfo inicial de los demócratas republicanos y unitarios, con el vino patriótico de la firmeza en la mano y la grandeza del corazón colombiano.