Por: Gustavo Salazar Pineda
Lo tuvieron claro los griegos que eran culturalmente avanzados como pocas civilizaciones en el mundo: hombres y mujeres requieren en sus vidas una persona para el sexo, otra para la descendencia y otra para el servicio. Si así pensáramos los seres humanos de este tiempo el mundo estaría mejor y las sociedades más estables y felices. Qué distinto pensaban los habitantes de la Grecia Antigua a las potencias modernas que lo son en lo económico mas son unos incivilizados en muchos aspectos de la vida humana.
La pobreza sexual y la indigencia erótica de los estadounidenses e ingleses, naciones ricas en lo económico, ha llevado a la infelicidad conyugal a centenares de millones de hombres y mujeres. Gay Talase, un periodista célebre y un cronista excelso, al cual haré referencia en otros artículos, nos legó dos libros en los cuales puso al desnudo la pobrísima vida sexual y la ignorancia erotómana de los estadounidenses, que no se diferencia a la otras naciones.
Los bellos misterios del placer carnal de los que poco sabemos los latinoamericanos y menos los gringos, los que fueron mejor comprendidos por los griegos, chinos e indios de otros tiempos y de los que también carecemos en su comprensión los habitantes de la montaña colombiana, han sido objeto de olvido e incomprensión en la educación de casi todos los pueblos de la tierra.
Un gran pensador de la civilización helénica afirmaba que lo que necesitábamos era una buena esposa para garantizarnos una buena descendencia, otra mujer para que nos provea el placer y una para el servicio; muchas mujeres de Grecia y Roma aplicaron esta preciosa reflexión. Cuanto más feliz serían los varones y las damas si no obedecieran con tanto rigor el concepto ya vetusto de la monogamia y comprendieran que una esposa abnegada y excelente madre es necesaria para mantener las expectativas de perpetuación de la especie humana, pero también existen hombres y mujeres que no nacieron para ser padres y cuya función en esta vida es gozar de los placeres de la carne, aspiración noble y digna de alabar como fuente de dicha y bienaventuranza humanas.
Algunas personas no nacieron para servir a otros y esa es la ley de la vida, sin que pueda afirmarse que son más importantes unos que otros. Al contrario, la hipócrita actitud de la mayor parte de los casados de pregonar públicamente su vida monógama pero vivir otra privada en la que la infidelidad a su pareja y la consecución de otro ser amado son pan de cada día. La industria de la prostitución y de la motelería son más poderosas que otras actividades ilegales y son de una magnitud enorme en las ganancias que ellas representan. Esto sin agregar lo afirmado en columnas precedentes, esto es, la prostitución disfrazada y la venta directa o indirecta de la belleza que mueven otra jugosísima cifra dineraria en cualquier sociedad. Páginas en internet abundan que proveen de damas de compañía en muchos países a cabio de dinero a hombres casados y millonarios que buscan por fuera de su hogar satisfacer su líbido. Nada que reprochar, tal situación ha existido desde que la humanidad apareció en la tierra y con ella la propiedad privada. Eso bien lo saben las caza fortunas y las trepadoras sociales, con lo que se demuestra que son más avispadas que otras de su género.
Más claro: desde los tiempos del partenón griego, allá en la Atenas del siglo V a. c., existían los festines eróticos y gastronómicos ejercitados por hombres para mitigar los rigores de la guerra, la política, el arte o la filosofía y aparecieron las primeras cortesanas milenarias precursoras de las hoy prepagos, prostitutas y damas de compañía. Y prácticas mujeres modernas que entendieron cómo la vida marital se desgasta y se hace imperioso mitigar los rigores implacables y destructores de la rutina conyugal.
Las fiestas bunga-bunga del multimillonario Silvio Berlusconi tienen su origen en los ágapes orgiásticos de la Grecia clásica en la época de Pericles.
Tres milenios después la sociedad ha involucionado y no comprende que para el buen vivir hay que tener claro que los hombres trabajan para en última instancia satisfacer sus instintos sexuales y perpetuar la especie y la mujer a través de la historia ha aprovechado la alta líbido masculina para derivar en su favor múltiples beneficios económicos y sociales antes que su mera satisfacción sexual.