Por: Luis Bernardo Vélez
Comencemos por la ficción. En la famosa novela de George Orwell, 1984, un hijo denuncia a su padre, porque cree que sus comportamientos y pensamiento están atentando en contra del régimen. El padre inocente es castigado y el niño se convierte en un héroe. En Las brujas de Salem Arthur Miller describe cómo un pueblo, gracias al miedo a la herejía, a las recompensas y castigos de la Iglesia, entra en una paranoia tal que hacen de ese territorio un lugar donde todos están bajo sospecha y donde, paradójicamente, nadie es verdaderamente culpable; sin embargo muchos son condenados a muerte, sólo por una presunción. Ambas ficciones son alegorías de historias verídicas.
La historia entrega argumentos más poderosos. ¿Qué fueron los sistemas totalitarios si no un gran sistema de vigilancia donde la menor denuncia, por infundada que fuera significaba el destierro, el maltrato físico o la muerte? Ahora bien, ¿se nos olvida cuál es una de las motivaciones de los mal llamados “falsos positivos”? La lista de ejemplos podría ser larga.
En busca de una recompensa se han cometido miles de injusticias. Y la recompensa puede llamarse heroísmo, amor a la patria, ascenso, reconocimiento… puede llamarse de cualquier modo, pero en casi todos los casos ha sido peor el remedio que la enfermedad.
Por supuesto, Medellín está pasando por una situación de violencia crítica. Y se deben tomar medidas drásticas para detener los asesinatos que padece nuestro Valle. Pero que la respuesta esté en la constitución de redes de informantes a sueldo, es poco menos que un disparate, porque nos arrojaría a un mundo que, como en nuestros ejemplos, nos pondrán a todos injustamente bajo sospecha. Abriríamos la posibilidad para que se comentan miles de falsos positivos a escala ciudadana: casos en los que por rencillas personales, líos de faldas o deudas, personas resultarán procesadas, inculpadas por crímenes que ni siquiera han pensado cometer.
Cuando un ciudadano denuncie un criminal, o impida que se cometa una injusticia, debe hacerlo porque reconoce en ese acto una ética, la expresión de su cultura ciudadana. Pero tristemente parece que esa cultura ciudadana se debe pagar, su precio son 100.000 pesos.
De ser así, tarde o temprano nos tocará escribir la historia y la novela de miles de injusticias que en este tiempo cometimos en nombre de la seguridad y la paz… dónde todos podremos ser protagonistas.