Por: Rodrigo Pareja

Las opiniones expresadas en esta columna, son responsabilidad de su autor

Un personaje de la política nacional, no recuerdo bien si Carlos Lleras Restrepo o Guillermo León Valencia, en momentos en que el anapismo y los recuerdos de la dictadura rojaspinillista estaban en el primer plano y despertaban entusiasmo entre millones de compatriotas, tuvo el acierto de decir que Colombia añoraba las cadenas.

 

Complementando esa afirmación podría agregarse hoy en día que Colombia, además de añorar las cadenas, evoca con tristeza y nostalgia blasones, pergaminos y títulos ya derruidos y mandados a recoger.

Lo decimos porque algunos imbéciles — palabreja puesta de moda últimamente por uno de ellos — vienen hablando ahora de algo que regía y tenía relievancia cuando estaban a la orden del día el feudalismo y la consiguiente servidumbre de lacayos y mantenidos: la Casa, seguida esta denominación por el correspondiente apellido del personaje.

Y tratan de revivir, claro que sin conseguirlo, dizque la Casa Gómez (Laureano); la Casa Ospina (Mariano) y la Casa Valencia (Guillermo León), para magnificar dizque la importancia de unas oportunistas adhesiones de algunos que en este momento si sacan dos votos en las elecciones tienen problemas de celos con sus esposas.

De esas tales Casas, que ahora no pasan de ser un simple cenotafio, no queda ni el recuerdo y algo va de quienes con su liderazgo, inteligencia y prestancia las hicieron posibles en épocas pretéritas, a quienes ahora, al vaivén de las encuestas, los puestos y el oportunismo, buscan cobijo en la que por el momento parece ser la luz que más alumbra aunque ya comience a titilar.

En ese mismo orden de ideas algunos nos pueden ahora hablar de la Casa Pastrana, la Casa Gaviria, la Casa Betancur, la Casa Samper, la Casa Turbay o la Casa Santos, entre las de algún mediano lustre, o remontándonos unos años atrás, no falta sino que nos mencionen la Casa Name, la Casa Araujo,la casa Holguín, la Casa Pava, la Casa Guerra, la Casa Balcázar, la Casa De la Espriella, la casa Gerlein o la Casa Santofimio, para mencionar solo a algunos que se distinguieron por su caciquismo en algunas regiones y por haber mantenido bien amarradas en ese entonces a sus clientelas, lo que les permitió succionar sin compasión, casi hasta extinguirla, la munífica ubre oficial.

Menos mal que ya los colombianos, aunque un poco tarde, se van dando cuenta de quien o quienes son los politiqueros de siempre, los oportunistas, los que solo buscan acomodo a la sombra del mejor árbol, sin que para ello medien más intereses que los suyos.

Causa risa cuando se escucha decir a estos politicastros de siempre que lo que acordaron fueron alianzas programáticas y no burocráticas. Por eso se les suele responder con sorna y esceptisismo:… mañana, más cuenta chistes.

Por eso no es de extrañar el auge que ha tomado la candidatura independiente de Antanas Mokus, secundado por Sergio Fajardo, a quienes la politiquería tradicional de siempre ya comenzó, con más miedo que verdad, a ridiculizarlos y menospreciarlos, porque saben bien lo que les viene pierna arriba.

Millones de colombianos apáticos ante las elecciones por no encontrar nuevas opcionesy comprobar que siempre están los mismos con las mismas, por fin han encontrado otra alternativa distinta, que merece ser ensayada.

Porque por malos que a la postre puedan resultar Antanas Mokus y Sergio Fajardo, bien vale la pena darles una oportunidad. Ellos por lo menos no han reprobado todavía el examen, como si lo hicieron todos los demás, y en materia de corrupción, corruptelas y amiguismos están apenas en pre kínder, mientras los restantes ya ostentan másteres y PH.

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