Por: Ramon Elejalde
Sin que a ninguno de los implicados le hubiera ocurrido un daño en el cuerpo o en la salud, cuentan que 45 senadores y representantes a la Cámara pertenecientes al partido Liberal adhirieron a la candidatura presidencial de Juan Manuel Santos, en una voltereta impresionante que a cualquier ser racional y digno le hubiera llevado a descaderarse o desnucarse. No. Afortunadamente nada de eso pasó. Seguramente muchos de ellos son expertos acróbatas y viven entrenados para hacer movimientos bruscos y repentinos. Hace apenas 10 días y durante ocho años sostuvimos los liberales una oposición seria, documentada, aunque radical, en contra del Gobierno del doctor Álvaro Uribe Vélez, del cual Juan Manuel Santos fue, en los últimos años, figura preponderante hasta convertirse hoy en el candidato presidencial que encarna la continuidad del Gobierno de la Seguridad Democrática. Desde la discusión en el Congreso de la Ley de Justicia y Paz el liberalismo comenzó a marcar una profunda distancia con el presidente Uribe y con los partidos políticos que lo respaldan. Allí Rodrigo Rivera, Rafael Pardo, Andrés González, Juan Fernando Cristo y otros abanderados de la colectividad roja –en ese entonces– fijaron posiciones que demarcaron ideológicamente los límites entre el liberalismo y el uribismo. Esas distancias se fueron acentuando con acontecimientos como el intento logrado de la primera reelección presidencial; normas antiterroristas que limitaban derechos fundamentales; intento fallido de la segunda reelección; episodios lamentables, reiterados y abundantes de corrupción como el de Agro Ingreso Seguro; los asesinatos de jóvenes para presentarlos como éxitos de la Seguridad Democrática, mal llamados falsos positivos; las chuzadas del DAS; la llamada Yidispolítica; la atención a las víctimas del conflicto interno, donde el liberalismo ha intentado, sin suerte, que se apruebe una ley que las proteja; las excesivas exenciones tributarias a los más ricos, en detrimento de la atención a las necesidades básicas insatisfechas de los más pobres; en fin, una serie de posiciones que diferenciaron al liberalismo del uribismo. Todas esas barreras desaparecieron en un día, ya hoy parece que no existen. La necesidad burocrática primó sobre la mayoría de la dirigencia liberal.
Evidentemente que todo lo anterior amerita una reflexión de fondo: ¿Dónde está el Partido Liberal? ¿El partido son o lo representan los parlamentarios? ¿El partido son los 650.000 que acompañaron al candidato Liberal el pasado domingo? ¿O son el millón doscientos mil votos que acompañaron al liberalismo en las elecciones de marzo para Congreso y el pasado domingo votaron por Santos? Resuelto este dilema podemos también definir si los equivocados somos los soñadores que estamos parados al pie de unos preceptos ideológicos y que todos los días somos más pocos o son los pragmáticos que ya se fueron. Lo cierto es que el cisma y la crisis liberal son sin antecedentes en la historia del partido. Situación calamitosa que se ahondará con la decisión de dejar a la militancia en libertad para votar o no en la segunda vuelta el próximo 20 de los corrientes.
El partido requiere una profunda reingeniería. Buscar, como lo pretenden algunos, una jefatura única de Rodrigo Rivera es simplemente llevar el partido por la puerta de atrás al Uribismo. Dejar las cosas como están, como si nada hubiera pasado, es igualmente tratar de ocultar una realidad incuestionable. Cuando se serenen los ánimos, cuando todos asimilemos lo sucedido hace ocho días, pero antes de terminar este año, el liberalismo tiene que convocar a un Congreso extraordinario para que se ocupe de esos cambios sustanciales que requiere. Haciendo lo mismo no vamos a lograr objetivos distintos. Por mi parte votaré en blanco, ya que otra conducta me es indigna y moralmente imposible. Respeto cualquier decisión que tomen mis amigos.
Notícula. El escándalo farisaico de César Pérez contra Aníbal Gaviria se origina en la pauta publicitaria de la gobernación con este Periódico. ¿César Pérez no se ha preguntado por qué razón nunca han denunciado ni investigado a Juan Manuel y a Francisco Santos por la publicidad del Ejecutivo en el diario El Tiempo?