Por: Juan David Palacio Cardona*
Desde que nos levantamos hasta que nos dormimos percibimos sonidos que inciden positiva o negativamente en nuestra calidad de vida, dependiendo del caso. La salud es un estado de equilibrio físico, psíquico y social y el ruido -que contamina el aire y afecta también a la fauna silvestre- puede romper esa armonía y causar enfermedades en los humanos.
La mayoría de personas, en algún momento de la vida, nos hemos despertado con los sonidos de la naturaleza, que dan cuenta de la existencia de una gran cantidad de seres vivos que nos rodean. Es un espacio grato que podría transformarse por los factores externos que perjudican la biodiversidad.
El transporte, la industria, el comercio, el ocio y la recreación -entre otros- son parte de las actividades propias de la cotidianidad en las ciudades que emiten ruido y que son una muestra de que tenemos una economía y una sociedad activa.
No obstante, el estruendo de las motos, vehículos de carga y buses colectivos producen un malestar ensordecedor; así como las calderas, que expulsan vapor de agua o gases, y las aeronaves que, en ocasiones, forman sonidos tan intensos que pueden agrietar las paredes de los inmuebles. ¡Ni qué decir de las dificultades en materia de convivencia en las zonas residenciales! Estas se derivan, principalmente, de la música que ponen en las casas a un alto volumen, al comercio o a los bares y discotecas.
Todo lo que nos rodea genera ruido. En Europa, por ejemplo, es el segundo riesgo ambiental para la salud, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), pues causa trastornos en el sueño y el sistema nervioso, enfermedades cardiovasculares, reducción del rendimiento cognitivo, interferencia en la comunicación y pérdida de la audición.
Durante los meses de confinamiento se hizo visible que lo que realmente está siempre presente son los cálidos sonidos de la naturaleza. Sin embargo, las dinámicas del desarrollo han demostrado que los problemas –en cuestión de contaminación acústica- se originan por el crecimiento demográfico, la actividad económica, la ausencia de planificación urbana, patrones de producción, sistema de movilidad, transporte y factores culturales.
Por esta razón, se debe ser más asertivo en la visibilización de un asunto que aqueja a los humanos y la fauna. La OMS ha señalado que más de 43 millones de personas entre los 12 y 35 años padecen una pérdida auditiva discapacitante debido a diferentes causas. Lo más preocupante del caso es que la pérdida de la audición provocada por el ruido es irreversible.
Construir mapas en los que se determinen los niveles de ruido ambiental y la fuente (tráfico, automotores, metro, aeropuertos, grandes industrias) durante el día y la noche es parte de la solución, pues con ellos se evidenciarían las realidades de los territorios y cómo atenderlas.
Lo anterior debe ir de la mano con la actualización y construcción de normas (que prácticamente no existen) y políticas públicas que mitiguen esa problemática. También con instrumentos claros, de cara a la aprobación y ajustes de los Planes de Ordenamiento Territorial, que permite modificar las vocaciones del territorio.
Entre tanto, los ciudadanos podemos contribuir a la disminución de la contaminación acústica, utilizando más el transporte público y la movilidad activa.
El primer paso para superar este desafío es entender que el ruido es un tema de salud pública y merece toda la atención, así sea difícil de resolver.
*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá
@JDPalacioC