4 de agosto: otra fecha que no podemos pasar por alto, como el 9 de febrero o el 3 de mayo para reflexionar sobre este oficio que ya cualquiera puede ejercer por jurisprudencia de Carlos Gaviria.
4 de agosto: otro día para exaltar la labor de los periodistas con palabras bonitas y buenas intenciones como que “el deber de un periodista es informar de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia”. O “la noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro”. ¡Excelente! U otro día para felicitar a “hombres y mujeres, que con la vocación de informar y construir, ejercen el periodismo y la comunicación con responsabilidad”. ¡Gracias!
Sin embargo, el ejercicio diario de algunos periodistas y opinadores profesionales, que son presentados como periodistas porque así lo dice el mandato constitucional, nos pone a pensar que no es tan cierto que seamos tan responsables y que seamos tan humanos y que seamos humildes y que respetemos la Constitución, las leyes y el ordenamiento jurídico, en general, como parece que lo hacemos cuando corremos a defender con total arrogancia el derecho fundamental a la “libertad de expresar y difundir” el pensamiento y opiniones, y la libertad “de informar y recibir información veraz e imparcial”.
Indudablemente, una prensa libre es condición sine qua non de una democracia fuerte, en la que la esencia de la separación de poderes, de la crítica y el control para evitar, precisamente, totalitarismos que lo primero que hacen es atacar la prensa libre, debe ser intrínseca a periodistas serios, responsables y comprometidos. Pero esa defensa no debe ser a ultranza, desconociendo otros derechos fundamentales como el de la defensa y el debido proceso, el de la honra y el buen nombre y principios fundamentales como el de la presunción de inocencia y de la buena fe.
Existe la convicción ya muy entronizada en el gremio periodístico que nada ni nadie puede coartar su libertad de prensa, de opinión y de expresión. La paradoja se presenta cuando el periodista pierde la noción de sus límites con el supuesto que los medios de comunicación son “el cuarto poder” -después del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial- perdiéndose la humildad y hasta el sentido de humanidad, asumiéndose, precisamente, con el “poder” para afirmar, señalar, juzgar y condenar, sin respeto por principios y derechos fundamentales constitucionales.
El periodista Javier Darío Restrepo, máximo referente en asuntos de ética periodística en América Latina, llamaba la atención sobre este tema cuando escribía que “se sabe de casos en los que periodistas, tras la armadura de la libertad de expresión, pretenden burlar la justicia. O el de asociaciones gremiales que, frente a un recurso de amparo constitucional o acción de tutela, tuvieron la arrogancia de afirmar que ese instrumento legal no procedía contra la prensa”. (Restrepo, J. D., 2004)
Es necesario insistir en la importancia y la necesidad de que los periodistas cumplan con su papel veedor, fiscalizador y crítico de las acciones de los agentes públicos, desplegando su actividad periodística hacia la investigación en defensa de lo público y de la democracia. Pero, también es cierto que se ha despertado un deseo morboso que ha estimulado una cacería de brujas, especialmente contra la clase política. La presión social ha llevado a muchos periodistas y opinadores a emprender una incesante búsqueda de actores y acciones corruptas en las diferentes esferas de la administración pública del País.
Vale la pena insistir en que el periodismo tiene una función veedora y fiscalizadora del manejo correcto del erario. Lo que no está bien, sin embargo, es que los prejuicios se han venido apoderando de la agenda informativa, lo cual ha desbordado la responsabilidad periodística. Se ha llegado -como ya lo recordamos con Javier Darío Restrepo- a desafiar preceptos constitucionales y legales al amparo de la función veedora y del derecho fundamental a la libertad de prensa, desconociendo que su prevalencia termina cuando colisiona con otros derechos fundamentales que son evidentemente vulnerados en el afán de descubrir e informar sobre presuntas actuaciones corruptas, que son presentadas sin el principio de la presunción.
“Es cierto que el periodismo suele ser el último refugio de los sensatos -decía Javier Darío Restrepo-. En los tiempos de tentación autoritaria y de pérdida de la fe en las instituciones democráticas”, la comunidad vuelve sus ojos hacia el periodismo en busca de respuestas responsables a problemas complejos. Entonces -insiste el Padre de la ética- “el periodista tiende a invadir otros campos profesionales: actúa como y condena o absuelve porque quiere suplir la ineptitud o inoperancia de la justicia (…) O incurre en política, asumiendo que así potenciará la influencia que le dan los medios y el conocimiento que ha obtenido de su contacto con la vida de la sociedad”. (Restrepo J. D., 2004). Pero no puede el periodista asumirse como el redentor, saltándose su compromiso ético con la verdad y la responsabilidad.
“Mientras el médico construye su ética alrededor de la vida y el abogado en torno de la justicia, el periodista lo hace sobre la base de la verdad. Los demás valores están subordinados a ella (…) Verdad significa también responsabilidad y, sobre todo, servicio” (Restrepo J. D., 2004).
Los prejuicios y la conducta irresponsable de muchos periodistas los llevan a informar con tal ligereza e imprecisión, que el compromiso con la verdad desaparece de sus códigos de comportamiento, lo que no les permite avizorar el daño que les hacen, por ejemplo, a la política y a las instituciones.
Y “atentar contra la verdad es poner en peligro el interés público”, dice Restrepo, quien explica que “la verdad es base de la estabilidad social”, porque “la verdad no es una posesión que puedan manejar a su antojo los periodistas o los medios de comunicación” (Restrepo J. D., 2004), como terminan haciéndolo con el prurito de que la prensa es libre y con la soberbia que les da la creencia de poder decirlo todo al amparo de ese prurito.
4 de agosto: otra fecha que debemos celebrar con los ojos abiertos y los oídos despiertos al llamado que la sociedad nos hace para cumplir con nuestro ejercicio con responsabilidad, con respeto, con humildad y con humanismo.