El Viernes Santo Jesús fue juzgado, condenado y crucificado por su enseñanza crítica, su autoridad moral, por buscar siempre la verdad, denunciar el abuso, defender la dignidad humana y por su popularidad.
Desde el punto de vista de los intereses políticos y religiosos, es lógico que el establecimiento judío se haya sentido amenazado: los miembros del Sanedrín, el Consejo Supremo Judío que incluía a los sumos sacerdotes -liderados por Caifás-, los fariseos y los escribas. Jesús incomodó más a los judíos que al imperio romano, que nunca vio en Jesús a un enemigo, pese a que fue el gobernador Poncio Pilato quien, finalmente, autorizó la crucifixión, cediendo a la presión de los líderes judíos y del pueblo, temiendo un levantamiento.
Pero, ¿por qué presión del pueblo? ¿Por qué el pueblo apoyó la injusticia contra Jesús, habiendo conocido su bondad, sus milagros y su mensaje sobre la verdad, el amor, la justicia, la equidad, el respeto y la dignidad humana? ¿Cómo fue llevada la masa a tales niveles de confusión y manipulación, que terminó pidiendo a gritos la muerte de Jesús?
¿Y qué tal el silencio de sus seguidores, que terminaron negándolo y abandonándolo?
Hoy es normal ver eso en redes sociales: una turba enardecida deseando la muerte política, social y hasta real de quien haya sido puesto en la picota pública por algún interesado, sin respeto a los principios de buena fe y presunción de inocencia y a los derechos al debido proceso, a la defensa, a la intimidad, a la honra y al buen nombre… Como hace más de 2.000 años, hoy el silencio y la indiferencia estimulan al que azota, escupe, empuja, insulta y crucifica a quien les resulte incómodo.
Y a propósito, ¿en qué lado están los políticos que usted quiere respetar y apoyar? ¿En el de los que defienden sus privilegios y los del minúsculo grupo de aliados y financiadores? ¿En el lado de los que crucifican la verdad sin asomo de arrepentimiento con tal de alcanzar sus propósitos electorales y politiqueros? ¿O en el de los que defienden lo justo y el interés común?
En 2026, en marzo, serán las elecciones legislativas, y en mayo, las presidenciales. Tendremos una nueva oportunidad de mostrar nuestro respeto y apoyo por los que estén en el lado justo, no por los que se bajan de la cruz para salvar su carrera a punta de incoherencias, de mentiras, de abuso del poder, de demagogia y clientelismo, de privilegios y de traición a la verdad y a la justicia social.
Después, sólo habrá silencio y arrepentimiento y no habrá sido suficiente con habernos lavado las manos: la oportunidad de haber elegido a los mejores estará crucificada.