Por: Gabriel Zapata

Pocas son las regiones del país que escapan a las estadísticas de las múltiples violencias individuales o masivas que ejercen los grupos armados en contra de sus pobladores y que terminan produciendo graves crisis humanitarias. Lo ocurrido la semana pasada en Santa Rosa de Osos nos obliga a recapitular los cruentos hechos de violencia cometidos bajo esta modalidad, justamente para resistirse a estos crímenes de lesa humanidad, pues no existe una circunstancia más intimidante y vulneradora que reducir en masa a un grupo de personas para sembrar el terror en la población entera.

La modalidad, los hechos, las imágenes, los llantos desconsolados de los deudos de las víctimas nos devuelven irremediablemente a un largo período de la historia (1982-2007), del cual el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación estableció un registro de 2.505 masacres en Colombia con un saldo de 14.660 víctimas. De estas espeluznantes cifras, Antioquia para el año 2000 participó con el 32.22% de las víctimas, pues sólo durante el primer semestre de ese año se produjeron 235 masacres, la mayoría ocurridas en nuestro departamento con un nefasto saldo de 1.073 personas muertas.

 

La memoria se hace indispensable tras lo sucedido en la localidad del norte de Antioquia, pues aunque había una percepción de superación de estas matanzas indiscriminadas, lo cierto es que asistimos nuevamente al desazón que producen hechos como el ocurrido en la finca la Española, enclavada en la vereda San Isidro de Santa Rosa,  un municipio cuyos habitantes no recuerdan hechos de esta naturaleza en su historia reciente. Es menester recordar lo que sobreviene a  las localidades tras acontecimientos de esta índole: migraciones masivas, fincas y producciones agrícolas abandonadas y en riesgo, desempleo y pobreza, pueblos fantasmas que sólo se asoman a la vida con la luz del día y con la esperanza de que la institucionalidad restituya sus derechos.

Es por todo lo anterior que nuestras regiones no puede retornar a épocas aciagas de masacres que enlutan no sólo a los parientes de las víctimas, sino que generan zozobra y desesperanza colectiva. Hay que resistirse a estos actos de barbarie, pues los efectos reales y sicológicos que se ciernen sobre las comunidades son enormes, en donde el estado de bienestar de la población vuelve a estar comprometido.

Vale la pena recordar que Antioquia produce 3,5 millones de litros de leche al día. De estos el 70% proviene de la zona norte del departamento y Santa Rosa de Osos es la centralidad de esta cuenca lechera, es por ello que el sello de la productividad, la competitividad, de la laboriosidad y entrega de los labriegos, debe imponerse al sello de la intimidación, de la extorsión y de la barbarie que las bandas criminales quieren imponer para copar espacios y ser generadores de tensión y desestabilización de la región.

El Estado fue rápido en acudir al clamor por este duelo colectivo, pero su efectividad se reflejará en la medida en que se logren frenar estos hechos desproporcionados que nos devuelven críticamente al pasado inmediato.

 

Parece una quimera, pero es posible, Versalles una población del norte del valle del cauca, departamento azotado por la violencia de grupos insurgentes y de bandas criminales, completó 450 días sin un solo homicidio. Esto significa que hay que resistirse a la violencia y hay que persistir en la eficacia de las instituciones.