Por: Rubén Darío Barrientos

Mi inolvidable tiempo en la Universidad de Antioquia, como estudiante de Derecho, estuvo signado por la recepción de variopintos conceptos legales que accionaban excelsos profesores: docentes de relieve, magistrados, consejeros de estado, autores de libros, hombres con reconocimiento público, juiciosos críticos, en fin, brillantes evangelizadores de la normatividad vigente. Ese es el espejo retrovisor, que me rebosa el reconocimiento. Hogaño, muchos compañeros siguen los pasos de esos maestros y, de esa mi generación, brillan: magistrados, consejeros de estado, jueces, fiscales, profesores doctos, consultores, litigantes espléndidos, etc.

¿Por qué ese introito? Es que estaba recordando que una de mis compañeras era prima hermana de Pablo Escobar Gaviria –como José Obdulio– y uno de los esclarecidos profesores fue el padre de un alto cabecilla del EPL, asesinado en combate, con macabra difusión a nivel nacional. Jamás operó en contra de la prima del capo y del padre del guerrillero, una palabra de repudio por sus lazos de sangre. Tampoco hubo vejámenes con el paso de los años y, en la actualidad, jamás se evoca ello. Ambos valen por lo que son.

Por eso me ha extrañado mucho que el “delito de parentesco” salga a flote, por estos días, como una regresión social. Y hablo, por supuesto, del penúltimo rifirrafe en que quedó envuelto el abogado José Obdulio Gaviria, a quien utilizo en esta columna como un referente de mi tesis. Me sorprende sobremanera que Andrés Pastrana Arango, se venga lanza en ristre en contra de aquél, por el hecho de ser primo hermano de Pablo Escobar Gaviria. En la hipérbole del discurso, quien fuera gobernante de Colombia olvida que en 1988, Claudia Vanegas Pastrana, su prima, fue condenada por porte de cocaína y que en 1994, Gustavo Pastrana, su otro primo, fue sentenciado en EE. UU. por lavado de activos.

 

Desde luego, no puede ser satanizado Andrés Pastrana por ello. Ni más faltaba. No le asiste ninguna culpa en que estos familiares hubieran sido non sanctos. Como tampoco tienen porqué “pagar el pato” Ramiro y Fabio Valencia Cossio, por las fechorías del brother Guillermo León, quien recibió ejemplar condena de 15 años de cárcel. Aquí recuerdo una destemplada solicitud del actual ministro Alfonso Gómez Méndez, quien le pidió la renuncia a Fabio Valencia por los hechos en que estuvo involucrado su hermanito, cuando a la sazón era ministro del interior. Menos, se podía juzgar a Enrique Peñalosa, cuando se dio la condena de su primo Andrés Camargo, exdirector del IDU, por el maremagnum de las losas de Transmilenio.

Caben estos interrogantes: ¿Qué culpa tiene Lionel Messi de que su hermano (Matías) fuera condenado por porte ilegal de armas en Rosario? ¿O Enrique Pareja, exvicefiscal, de que hayan condenado a su primo Jaime Pareja por lavado de activos? ¿O que le hayan metido 11 años de cárcel en Pekín a Liu Hui, cuñado del premio nobel de la paz Liu Xiaubo, por fraude en el sector inmobiliario? ¿O que Juan David Naranjo, hermano del general Óscar Naranjo, haya sido condenado por narcotráfico? Y así, nos haríamos interminables.

Es clarísimo que las personas están amparadas por dos principios tutelares del derecho penal: a) la presunción de inocencia y b) la judicialización del acto. Como dice un tratadista de derecho penal: “las personas solo pueden ser condenadas por lo que hacen, nunca por lo que son”. Es muy distinto opinar que es una desdicha tener un familiar emboñigado, a afirmar que es éticamente cuestionable que la sangre genere una condena por el abominable “delito de parentesco”. ¡Qué falta de ideas y qué simplismo!