Por: Francisco Galvis Ramos
Como el fútbol mismo, el mal de los Barras Bravas surge en Inglaterra, desde los hinchas del Liverpool. Y comenzó a hacer crisis el 29 de mayo de 1985 al término del juego por la Copa de Campeones de Europa entre ese equipo contra la Juventus de Italia en el Estadio de Heysel de Bruselas, con un saldo terrible de 39 muertos la mayoría de ellos italianos, aparte los heridos.
El fenómeno se deja ver en Latinoamérica en los años 90, comenzando por Argentina de la mano de seguidores de Boca Junior bajo el comando de José Barrita, alias “el abuelo”. En 1994 en un encuentro ante River Plate, hubo dos muertos, mil heridos mal contados y otros tantos detenidos. El mal ejemplo cunde y hace metástasis hacía los otros equipos gauchos.
La punta del iceberg se deja ver en Colombia en 2008 a raíz de un desencuentro de hinchas de Independiente Santa Fe y América de Cali, con saldo de un muerto santafereño a manos de un americano. En estos días no más la cosa llega al tope con la muerte del ex sargento Pedro Contreras, Óscar Sandino, Diana Constanza Quintero y de los jóvenes Carlos Andrés Medellín León y Carlos Javier Rodríguez Fonseca gracias a cierta gentuza de Millonarios, en seguidilla inaudita.
Aquí faltarán nombres, pero es suficiente.
En Inglaterra se los conoce como hooligans, en Argentina, Colombia y otros países como “barras bravas” y en todas partes la autoridad los señala de inadaptados, cuando en verdad son criminales, asesinos y nada más, sea que obren bajo el influjo de la droga o alterados por la pasión desbordada o, como sucede en el bajo mundo y en las guerrillas, por sed de sangre inocente.
Quien mata por primera vez podrá padecer pesadillas las primeras noches y estar contrito unos días, pero de la segunda en adelante se le vuelve costumbre hacerlo a sangre fría, a la manera de la cruda novela de Truman Capote, pudiendo dormir en adelante a pierna suelta y sin el mínimo remordimiento. Así, de esa manera escandalosa, funcionan ciertas conciencias.
Margaret Thatcher prácticamente acabó con los hooligans con una legislación draconiana. Terció sobre sus hombros la tragedia social que comportaban los crímenes cometidos en nombre del fútbol y a raíz de la tragedia que arrojó 96 muertos en Hillsborough, dió paso a medidas legislativas que dieron el buen resultado de ahuyentar a los violentos de los estadios y sus alrededores.
Ella, auténtica “Dama de Hierro”, logró sentencias para 50 jefes de barras y encauzar judicialmente a un poco más de 5.000 acalorados más.
Siguiendo el ejemplo de la señora Thatcher, en Colombia debemos avanzar rápidamente hacia la penalización severa de los comportamientos extradeportivos malaventurados, rayanos con el crimen y no como lo propone el sociólogo Fabián Sanabria, quien propugna por meras prácticas pedagógicas, con caricias en las mejillas de los facinerosos. Diríamos que se hace necesario más garrote tras barrotes y en aislamiento y menos zanahoria.
Como lo llegó a aseverar el sociólogo Otto Adang para el caso argentino, resulta “… absurdo pensar en reeducar a los barras o generar un vuelco total desde la educación…”. Haciéndonos los pendejos o practicando cierta malentendida misericordia, muchas otras familias seguirán velando muchos más cadáveres, por cuenta del fútbol
Tiro al aire: como en ciertas relaciones, el tema del fútbol ha derivado en asunto pútrido de amores y odios. Y así no debería ser la cosa.