Alfaro Martín García 

Nicolás era su mote, como todos en la organización a la que pertenecía quería tener un alias, como si esto acorazara su verdadera identidad; quiso emigrar de una apartada vereda del suroeste que no le brindaba oportunidades a su familia y se dirigió a Medellín,  llegó con su madre y hermano menor a las laderas de la ciudad buscando una mejor vida, pero sus escasos estudios le impedían acercarse a la limitada oferta laboral que por aquellos días ofrecía la prominente industria paisa.  Deambulando sin éxito recibió una propuesta para pertenecer a un grupo armado ya que por la desmovilización y reinserción a la vida civil de los integrantes del grupo necesitaban a otros para continuar con las actividades de extorsión y ajustes de cuentas en el sector de comercio más importante, haciéndole conejo a la política de paz del gobierno, el salario acordado fue el mínimo pero necesitaba un arma de fuego que no sabía manejar.

 

  Tuvo que acudir a la prendería para empeñar la nevera y otros electrodomésticos, en la que le cobraban el diez por ciento mensual y así obtener el dinero para poder conseguir su arma que el relacionista de la organización adquiría de manera legal y con el lleno de todos los requisitos sin moverse de su casa y pagando casi hasta el doble por ella; las clases de incorporación a la delincuencia  las dictaban en una apartada finca del Municipio de Heliconia que le habían quitado a unos campesinos, allí utilizaban a indigentes que recogían en las noches como conejillos de indias para realizar sus prácticas de tiro al blanco, que luego de asesinarlos enterraban en las entrañas de la finca.  

 

Su salario lo veía incrementado cuando hacía trabajos extras, como eliminar a algún comerciante que se rehusara a pagar la vacuna mensual.  En la casa, su madre siempre se lamentaba del hambre que estaban pasando por la falta de dinero, y el llanto del niño que ya se encontraba en estado de desnutrición la desesperaba, enloqueciéndola, y para callarlo acudía a una vieja chancleta para golpearlo hasta quedar exhausta, como si con dolor se calmaran las penas del hambre.  

 

Meses después, en una tarde, cuando apareció Nicolás por su casa a descansar de esas noches macabras, se acostó en la única cama que tenían y protegido con una cortina a manera de puerta, se recogió en una postiza oscuridad; mientras tanto en el atrio de la iglesia de su barrio estaban los funcionarios de la Secretaría de Gobierno municipal promocionando  el repetido programa de desarme por bonos de 300 mil pesos, cambiables en los supermercados,  así como la campaña del canje de juguetes bélicos por cuadernos como estrategia para disminuir de nuevo los brotes de la violencia que oprimen y agobian en la ciudad; aquella misma tarde el hermano menor salía asustado de su casa, llevando a rastras una bolsa de basura con un peso  mortuorio que le impedía caminar y al llegar al atrio la entregó, al  abrir la bolsa en su interior el funcionario público encontró un revólver, el arma amparada  de su hermano que había dejado al lado de la cama  y la chancleta que él consideraba era el juguete bélico que su madre empleaba para maltratarlo.  

 

Una invitación: A partir de hoy escuchemos esa tenue vocecilla que nos dice la “razón gobierne los asuntos humanos”.  Como especie que somos, no podemos darnos   licencia de regresar a épocas de brutalidad y crueldad, porque de lo contrario desaparecería aquello que nos ha hecho diferentes de los animales, la razón, el pensamiento y la cultura.  

 

No le temamos al afecto, seamos generosos  en abrazos, besos, caricias, te quieros, perdones, para con los nuestros y así evitaremos, en principio, tener que hacer más monumentos a la ignominia fundiendo armas que siegan las vidas ya que, nuestra existencia es sagrada y estamos convocados a convivir digna y pacíficamente en este mundo.