Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría
Cualquier persona que haya visto regularmente noticieros de televisión, leído periódicos o escuchado hablar a alguien con alguna información sobre el proceso de paz antes del plebiscito del 2 de octubre, debe haberse percatado de las mentiras que decían sin ruborizarse los partidarios del Sí como los del No. El resultado tomó por sorpresa a los del Sí, porque estaban seguros que ganarían; pero también a los del No, que no pensaban que el pueblo se inclinaría por la opción que promocionaron, a excepción de Francisco Santos, que siempre se le oyó decir que el No ganaría. El 3 de octubre Santos era un cadáver insepulto al que le tocó asumir la derrota y políticamente quedó muy débil; a los pocos días la academia noruega, sí, la del país que fue garante de las negociaciones con la guerrilla, le otorgó el premio Nobel de Paz, con lo cual le suministró una bala de oxígeno y logró revivirlo, al menos en el plano internacional, que es donde más se ha promocionado el acuerdo. Vinieron las reuniones de los delegados del gobierno con los representantes del No y finalmente se enviaron, unos dicen que 400, otros que 500 propuestas y hasta se dijo que el tiempo que le faltaba a Santos para terminar su mandato era insuficiente para aterrizarlas y sobre todo, para que la guerrilla decidiera ceder en sus inamovibles; pero vino lo inesperado, en una pocas semanas, en menos de lo que canta un gallo, se volvió a firmar el acuerdo, dizque con los cambios hechos por los defensores del No, lo cual no es cierto porque en el tema de la elegibilidad política no se modificó ni una coma, la guerrilla no quiso y el gobierno tampoco hizo la fuerza; con relación al Tribunal Especial se limitó su duración y composición y en lo que tiene que ver con los lugares en los que pagarán los guerrilleros las condenas, se hicieron unas aclaraciones en cuanto a los lugares dónde estarán y hasta dónde podrán los guerrilleros ejercer su derecho de locomoción, y pare de contar, lo dijo el ministro del Interior, de fondo, no se cambió nada.
A todas estas uno se pregunta qué debería suceder en una democracia cuando el pueblo, mediante las mayorías, toma determinada decisión, y la respuesta no es otra distinta a que esa decisión debe ser respetada y acatada. Se creía, que una vez modificado de fondo el acuerdo, se harían los necesarios consensos para que saliera un acuerdo fortalecido y con apoyo de todos los sectores políticos con asiento en el congreso, lo cual no ocurrió, porque gobierno y guerrilla, sin consultar a nadie, corrieron a firmar el acuerdo, en esta ocasión sin tanto despliegue como la vez anterior. De tajo se descartó, que sería lo ideal, que el pueblo se volviera a pronunciar sobre lo nuevamente acordado, por el previsible temor de volver a perder y ahí si Troya y Santos ni con todos los premios Nobel en su hoja de vida, saldría ileso de una nueva derrota.
Los acuerdos se van a implementar vía congreso, porque como los congresistas son los representantes del pueblo, entonces lo pactado gozará de total legitimidad, lo cual no es cierto, porque no lograrán los consensos deseados para este tipo de eventos que casi parten la historia de un país en dos, pues ya se sabe que ni el partido Conservador, aliado incondicional del gobierno en otras faenas, le va a jalar a algo que se firmó a las carreras y sin consultar a nadie. Ni qué decir del Centro Democrático y está por verse qué dicen otros movimientos.
Parece que poco importa al gobierno lo que dijeron más de la mitad de los colombianos que votaron en contra del acuerdo, han sido burladas y defraudadas sus expectativas de un mejor acuerdo, este sí que garantizara una paz estable y duradera y la vía más fácil y menos riesgosa para implementarlo, que es en el congreso, que hasta diabetes debe ya tener por toda la mermelada que la ha dado el gobierno, tampoco garantiza un respaldo unánime o casi unánime.
El acuerdo tenía que estar firmado antes que Obama terminara la presidencia, porque con Trump la cosa será distinta, según se infiere de una entrevista de un representante a la cámara republicano muy cercano al vicepresidente electo de los Estados Unidos; pero la urgencia mayor es que todo estuviera listo al momento de Santos recibir el premio, para hacerle creer a la academia escandinava, que es bien ingenua en estas materias, que fue el salvador de Colombia.
A Santos le interesa el Nobel, pero no la paz.