El año nuevo comenzó con una noticia que se destacó en todos los periódicos del país y ganó espacio entre la opinión pública: la inflación en el 2009 sólo llegó al 2% gracias, en lo fundamental, a que la Junta del Banco de la República alcanzó sus metas.
Soy partidario de la defensa de la autonomía e independencia del Banco de la República, tal y como lo plantea nuestra Constitución, e incluso del papel desempeñado por la Junta Monetaria y su gerente, José Darío Uribe Escobar, debido a sus aciertos en el manejo de algunos asuntos de la política monetaria y económica del país.
Pero creo sinceramente que se están exagerando los alcances de tan baja inflación y que en muchos de los análisis de esa variable se tratan de ocultar las verdaderas consecuencias de la misma en el incremento de los precios de los principales componentes de la canasta familiar.
Asegura el gerente del Banco de la República: “La inflación bajó en el 2009 por tres factores fundamentales: uno, la reversión de los choques de los precios de alimentos y productos que habían aumentado mucho en el 2007 y el 2008; dos y muy importante, la reducción en las expectativas de inflación y la credibilidad de la política monetaria y tres, el debilitamiento en el crecimiento del gasto o de la demanda agregada”.
¡Qué pena, pero les voy a aguar la fiesta! Aunque reconozco el ingente esfuerzo de la Junta Monetaria por obtener buenos resultados en esa materia, pienso que no es suficiente con señalar que el índice de inflación bajó y que en especial lo atinente al rubro de alimentos fue lo que más pesó en ese resultado. Si no evaluamos el verdadero efecto de una cantidad de variables sobre el ingreso y la economía familiar, no estamos realmente sacando conclusiones reales de dicho estudio.
Por ejemplo, el precio de los alimentos, y por ende la contracción de la demanda de los consumidores, se debió principalmente a que los ingresos de las familias se vieron afectados como producto de la recesión económica, el desempleo o al menos porque no pudieron disponer de recursos suficientes para acceder a los productos básicos de la canasta familiar. Es decir, al contrario de lo que piensan los analistas del Gobierno y la propia Junta del Banco, la baja inflación lo que demuestra es la pérdida de capacidad adquisitiva de la mayoría de los colombianos y no una acertada política económica y monetaria.
Pero si a esto le agregamos la pérdida de empleos y la calidad de los mismos, el problema se complica aún más. Muchos hogares, en especial los de menores recursos, se vieron afectados por los despidos masivos, la informalidad en el empleo o porque definitivamente no tuvieron posibilidades en el mercado laboral. Como consecuencia de ello se redujeron sus ingresos y cayó el nivel de consumo doméstico.
Pero además, se da una baja en la inflación en momentos en que el crecimiento económico del 2009 es de casi cero, lo que deja en evidencia la forma en que se da la contracción de la economía colombiana, afectando principalmente a las familias pobres. Entre tanto, los grandes empresarios, el sector financiero y las multinacionales gozan de los excedentes logrados por el desempeño de algunas variables económicas, entre ellas la baja inflación. Es decir, sí hubo beneficio pero para los más poderosos y adinerados, en desmedro de las clases menos favorecidas.
Por eso tampoco puedo compartir la afirmación del gerente del Banco, al referirse a la meta de inflación: “Este crecimiento muestra una señal que debe ser incorporada por toda la sociedad en las decisiones de precios y salarios”. Creo que, por el contrario, debería haberse tomado como argumento para acoger la propuesta de alza de salarios planteada por las centrales obreras, porque el índice de inflación a la baja muestra una notable pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores y de las mayorías colombianas.