Por: Jaime Jaramillo Panesso
“En tiempos de bárbaras naciones…” se decía para referirse a épocas no civilizadas aún. En Colombia podría decirse lo mismo de la violencia, hace setenta años (y todavía, pero con armas más letales) entre godos y cachiporros, conservadores y liberales. Un método utilizado por ambos bandos se denominaba “aplanchar” que consistía en usar el machete por el lado plano para castigar a los contrarios y expulsarlos del pueblo o vereda donde vivían, amenazándolos con que la segunda intervención no sería con machete plano, sino con el filo.
Hoy los aplanchadores no tienen machete debajo de la ruana. Llevan bolígrafo en el bolsillo interior de saco y cobran por firmar sentencias, autos procedimentales, edictos, providencias, órdenes de excarcelación, etc. Conocí Magistrados íntegros y pobres. Mi padre y mi hermana, por ejemplo. Nunca tuvieron rubíes, salvo los que traían los relojes suizos de cuerda personales. Centenares de jueces y fiscales viven de su sueldo, no tienen cuentas escondidas ni ganado de ceba con testaferros.
Pero un país donde los gorriones se convierten en aves de rapiña, no merece llamarse país. Grupos de Criminales Organizados (GCO) se apoderan de instituciones e institutos, agencias u oficinas, ministerios o alcaldías, peajes o servidumbres camineras, etc. Administran pedazos del Estado como si fueran propios, no pagan impuestos y articulan a profesionales y técnicos en sus empresas. Después de muchos años conocimos que la Policía Nacional era controlada por la “comunidad del anillo” rectal. “Los Ñoños”, nombre que parecería ser una comparsa de Carnaval barranquillero, era una organización delincuencial compuesta por congresistas y funcionarios públicos que se tragaban el erario público. Luego descubre la prensa y autoridades pertinentes “El Cartel de la Hemofilia”, “El cartel de Oderbrecht” y sus tentáculos internacionales, “El cartel de las medicinas falsificadas”. Así sucesivamente hasta hoy que vemos la actuación derivada del “Cartel de la Toga”.
¿Qué clase de piel tenemos los colombianos que no hemos procedido contra esta ratería organizada? ¿Acaso los hijos de Santander y Bolívar somos todos susceptibles y propensos al peculado, a la estafa, al apoderamiento de los bienes públicos, al soborno de doble vía, a la venta o permuta de declaraciones y delaciones falsas, a la venganza y juramentos para armar un complot contra su adversario político, que no pudieron derrotar en las urnas?
Seguros estamos que no faltarán abogados derechos, ingenieros que construyan puentes cuasi-eternos, administradores que sepan de cuentas e inventarios ciertos, de médicos que no firmen falsas incapacidades o que no se alisten en un cartel de venenosa enfermedad. Debe haber en los cuarteles oficiales y soldados que amen su profesión y su patria, comerciantes y empresarios que enseñen a trabajar y a compartir el “emprendimiento” y la plusvalía. En fin, que se traduzca en una fuerza de volcán reactivado la victoria electoral pasada, porque es de todos, como la mandan los creadores de la democracia. Pero también que se sepa: la democracia y la convivencia pacífica no admite presidentes tímidos y agallinados. Necesitamos un gobierno fuerte en la ley y fuerte en los hechos, respetuoso con los vencidos, pero valiente con la bandera al frente de su pueblo. No hay tiempo para gobierno de minorías racistas o sexuales, minorías cocaleras o minorías armadas. Es tiempo de luz y todo ha de ser llamarada de hornos productivos.