Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

El signo distintivo de un país democrático es la actividad y existencia de un partido o coalición de partidos que gobiernan y uno o varios partidos que ejercen la oposición. Por supuesto que las dos partes difieren en la filosofía política, en el programa, en el talante y en la personalidad de sus dirigentes. Otra característica es el ejercicio público del accionar político, donde juegan, ineludiblemente, los medios de comunicación, las marchas y manifestaciones de los seguidores de uno u otro bando. Y las elecciones que son la expresión, ajustada a derecho, de la voluntad de los ciudadanos. Todo ello es elemental. Sin embargo en estos días, apretados por el proceso de paz, vimos un capítulo, el 41, de la serie “Farc-Gobierno de Santos”, que sorprende y engolosina. El Presidente de un estado comunista, donde solo hay un partido político, donde la oposición orgánica no es reconocida. Un Estado que hasta hace pocos años alimentó las organizaciones subversivas de América Latina. El Presidente de Cuba, Raúl Castro Ruz, con su voz cavernaria, juntó las manos del Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, con las manos de Timoleón Jiménez, alias Timochenco o Rodrigo Londoño, jefe militar de las Farc-Ep, como signo de nuevos amigos y de reconciliación. Simbólicamente este es un hecho sin precedentes que en su esencia muestra a un dictador dando lecciones de mediador a un jefe de Estado de origen democrático. La foto de ese encuentro quedará en la memoria de la opinión pública, por encima del documento que originará un nuevo derecho penal y una estructura judicial de insospechados alcances y depredadora de las instituciones creadas por la Constitución. De donde se deduce la capacidad encubridora de la foto y en grado mayor, de los asistentes a la lectura de unas propuestas de obligatorio cumplimiento por parte del Presidente Santos, su Gabinete, sus partidos y su Congreso.

La jurisdicción especial será desarrollada por el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición, cuya sigla sería SIVJRNR, impronunciable. Entonces el creativo del Palacio de Nariño la cifrará así: SINVERJOTAREPAYNOREPA. Así las víctimas podrán encontrar los despachos judiciales de unos magistrados extranjeros y colombianos, cuya competencia será tan amplia que abarcaría a los militares, policías, dirigentes políticos, gremiales y empresariales, sindicales, guerrilleros de las Farc y del Eln, todos en igualdad de condiciones y que de manera directa o indirecta hayan participado en el conflicto interno, con delitos cometidos en el contexto (según la tesis del Fiscal y de Springer) y en razón del conflicto mismo.

El Sistema tendrá, pues, unas salas y un Tribunal, que no se sabe quién los escogerá y designará, pero se sospecha con la debida prudencia del lector. Las sentencias impondrían penas entre 5 y 8 años, pues son parte de la justicia transicional, con el componente “restaurador y reparador” mediante la realización de trabajos, obras y actividades para satisfacer los derechos de las víctimas. Estas sanciones conforman lo que se denomina “pena alternativa”, esencia del justicia transicional y que se aplicará a los beneficiarios que trabajen, estudien o se capaciten durante el tiempo que permanezcan privados de la libertad. Este tratamiento especial está condicionado a la dejación de las armas. El país no conoce el significado de la palabra dejación, pero se sabrá a los 60 días luego de la firma del Acuerdo Final.

El enorme dispositivo de propaganda oficial para dar a conocer una propuesta bilateral que tiene que pasar por el Congreso y por la Corte Constitucional, no se compadece con la pobres resultados de los encuentros de ministros colombianos y venezolanos con motivo de los atropellos en la frontera ni de la payasada en Quito donde se evidencia que Santos es rehén de Maduro y sus protegidos guerrilleros.

Veremos pronto al novísimo jurista y magistrado ad látere Roy Barreras, tramitando proyectos de leyes estatutarias y ordinarias, al igual de actos legislativos que le tuerzan el cuello a la Constitución. Ahora ¿qué van a hacer con la Comisión de la Verdad, si el foco del asunto se traslada al Sistema de la nueva jurisdicción para la paz?

¡Arre mula! que pronto llegaremos, dijo un arriero en Sonsón. No sabemos a dónde ni cuándo, pensó el perro que lo acompañaba. No era un perro cualquiera de la calle. El perro se llamaba Paz-ajero.