Por: Juan David Palacio Cardona.
En los últimos años se han creado computadores, celulares y una serie de elementos tecnológicos que nos han vuelto dependientes. Para fabricar cada uno de estos se requiere de un sinnúmero de materias primas, como plásticos, cobre, níquel y plata entre otros.
Los bienes y servicios de la canasta familiar son necesarios para la vida cotidiana y hemos visto cómo algunos (asociados a la tecnología, específicamente) cada vez son más consumidos, como los relacionados con las comunicaciones, que incluyen planes de datos, voz e internet. Incluso, un artículo de la revista Forbes señaló que para el 2021 se estimaba que el gasto en tecnología en Colombia fue de 3,9 billones de dólares.
Cada vez es más común que en los hogares colombianos haya equipos celulares. Incluso, en ocasiones hay uno de sobra, en caso de que se presente una contingencia. Y por cada dispositivo hay un cargador que, muchas veces, tiene un puerto diferente a los demás. ¿Se ha preguntado por qué no se estandarizan sus entradas?
En principio, se puede advertir que se debe al mercadeo, pues las diversas marcas se empeñan en generar ingresos a través de crear una necesidad de comprar aparatos únicos que ofrecen un status socioeconómico determinado. Lo que no tienen en cuenta es que con ello afectan la sostenibilidad ambiental: se estima que para el 2018 se tiraban a la basura (anualmente) cerca de 50 millones de toneladas de desechos electrónicos, ¡el equivalente a 125.000 aviones jumbo! La cifra solo representa el 2 % de la basura sólida generada en el mundo, pero son el 70 % de los residuos peligrosos que llegan a los vertederos.
Frente a este panorama, en 2019, las Naciones Unidas (ONU) reclamaron acciones para luchar contra estos desperdicios, pues solo el 20 % de los restos de computadores, electrodomésticos, móviles y baterías son reciclados correctamente.
Pero pocos saben que la basura electrónica tiene un alto valor económico: según la ONU, el material que se bota puede valer 62.500 millones de dólares, que para el 2050 podría valer el triple. Un informe del Foro Económico Mundial (WEF) ha señalado que “hay 100 veces más oro en una tonelada de basura electrónica que en una tonelada de mineral de oro”.
A lo anterior se le suma que en el e-waste (como se le denomina en inglés a estos desechos) hay un mercado potencial para crear puestos de trabajo, pues es posible construir un sistema electrónico circular, en el que los recursos se reutilicen: “La eficiencia de los materiales, la infraestructura de reciclaje y el aumento del volumen y calidad de los materiales reciclados para satisfacer las necesidades de las cadenas de suministro de productos electrónicos serán esenciales para la producción futura”, dijo el WEF.
Varios países, entre ellos Colombia, han adquirido una serie de compromisos para darle un manejo adecuado a los desechos electrónicos. Sin embargo, han sido dilatados de manera injustificada.
Si como humanidad entendiéramos que cada acción, en relación con el consumo, tiene una reacción negativa y que es posible un equilibrio entre lo económico y lo ambiental, la cuenta regresiva de un posible fin del planeta se retrasaría. Si seguimos así, estamos condenados a un final lacerante, en el que cada día tendremos que soportar las inclemencias del clima y enfrentar el aumento de los costos de vida, que intensificarán las brechas sociales.
El tema que abordo en esta columna solo es uno de los tantos que invisibilizamos, pero que están ahí y que pueden convertirse en una oportunidad económica con la que, además, se dejarían de explotar recursos naturales con las minas tradicionales: muchos materiales que se extraen de la tierra se pueden encontrar reciclando los aparatos a los que hago referencia.
Me gusta la tecnología y hoy entiendo que puedo responsabilizarme de la disposición final de lo que consumo. ¿Qué tal si todos reducimos, reutilizamos y reciclamos para mantener el planeta vivo?