Nicolás Echeverry Alvarán, senador de la República de Colombia.

Por: Nicolás Albeiro Echeverry Albarán
Senador de la República

La reciente carta del excanciller Álvaro Leyva al presidente Gustavo Petro, no sólo es un llamado urgente a la reflexión, sino una denuncia de fondo sobre la crítica situación del mando presidencial en Colombia. Una denuncia dolorosa, sí, pero necesaria. En ella, Leyva —hombre de trayectoria, cercanía al poder y conocimiento profundo del Estado— revela con preocupación lo que muchos ya temíamos y lo que otros tantos han preferido callar: que el Jefe de Estado podría estar enfrentando problemas de adicción.

No podemos acostumbrarnos a que este tipo de situaciones se normalice. No es aceptable que un país como Colombia, con tantos desafíos sociales, económicos y de orden público, esté bajo el liderazgo de alguien cuya estabilidad personal y emocional esté seriamente cuestionada. Como Senador de la República, como padre de familia y como ciudadano comprometido con los valores “Provida”, me sumo a las voces de rechazo, angustia y preocupación que hoy recorren el territorio nacional.

No se trata de aprovechar políticamente un señalamiento tan grave. Se trata, más bien, de preguntarnos con seriedad: ¿qué puede esperar Colombia si su Presidente no está en condiciones plenas para tomar decisiones? ¿Qué rumbo puede tener la Nación si su Conductor navega en medio de tormentas personales que afectan su criterio, su temple y su coherencia?

La carta de Álvaro Leyva no es un panfleto opositor ni una crítica interesada. Es el testimonio de alguien que estuvo adentro, que lo vivió en carne propia y que, con valentía, ha decidido no guardar más silencio. Yo también levanto la voz. Porque cuando se pone en riesgo la institucionalidad, el deber patriótico es advertirlo, aunque duela.

Colombia necesita unidad, sí. Pero una unidad sincera, transparente, en la que quien ocupa la más alta dignidad del Estado inspire confianza, no incertidumbre. Un Presidente no puede ser víctima de sus propias cadenas. Y si lo es, tiene la obligación moral de apartarse o buscar ayuda, pero no de arrastrar al País con él.

Reitero mi compromiso con la democracia, con la verdad y con una Colombia gobernada con carácter, principios y plena conciencia. Porque el poder debe servir a los ciudadanos, no someterlos a los vacíos personales de quien lo ejerce.