Por: Jaime Jaramillo Panesso
Se nos vino encima la tupia que teníamos por la alienación propagandística del régimen santista. Millones de pesos gastados en relaciones públicas locales e internacionales, en publicaciones elogiosas con cargo al erario oficial, como el de la embajada en España cuando el Presidente Santos visitó ese país, puro culto a la personalidad brindado por uno de sus exministros. Se nos vino encima el derrumbe de la consigna “somos el país emergente con las mejores perspectivas”, con la cual viajaban por los dos hemisferios y por las ciudades interiores y costeras de la nación, con telepronter y una valija llena de epítetos insultantes para quienes militan en el disenso.
Las noticias son peligrosamente negativas, nada halagüeñas. Ya no crecerá el PIB, el Producto Interno Bruto al 3,5 o más como lo decía el Jefe del Estado, sino que las agencias internacionales lo sitúan en 2,5. Eso significa que ha mermado la producción nacional de alimentos, mercancías o bienes de consumo en muchos renglones de la economía y por ende no es cierto que el trabajo decente, remunerado al temple del código laboral haya crecido. Por el contrario existe un desempleo de mano de obra calificada y un aumento del trabajo informal. Del Producto Bruto Interno estamos pasando al bruto que no pudo mantener el producto interno.
La más destructora enfermedad económica es la inflación de los precios al consumidor. Con la recesión industrial que se evidencia en el cierre de fábricas y con la trepada vertiginosa del dólar, los precios de los artículos que conforman la canasta familiar tomaron escalas arriba. El mercado usual de las amas de casa y los servicios públicos cuestan más dinero. La inflación podrá llegar en diciembre a los 6,0. Las primas y los salarios o los ingresos del colombiano corriente están quedando pulverizados. Parte de la afectación industrial y comercial se debe a la carga fiscal, a los impuestos aplicados por el gobierno nacional. Peor aún: dentro de pocos meses se decretará otra reforma que elevará la recaudación del IVA, la base de los ingresos de las clases medias y el renglón de utilidades de las empresas. Un gobierno derrochón al cual hay que pagarle más y más tributos porque su presupuesto es deficitario. Lo será más todavía cuando cuantifiquemos los costos del posconflicto, las prometidas gabelas asistencialistas y populistas a la guerrilla, si se desmoviliza.
Por supuesto que el gobierno intentará vender, no solo Isagen, sino otros entes públicos, que ya quedan pocos apetecibles por los neoliberales. ¿Quién se le mediría a la compra de una parte siquiera de Ecopetrol, con el petróleo a precios por el suelo sin perspectiva de recuperación?
No solo se nos está erosionando el piso con el cual todo país marcha pensando en su futuro. Se nos está haciendo agua el mar territorial y perdiendo el dominio soberano de la nación en Mar Caribe o de las Antillas con las aspiraciones de Nicaragua. Apuntalada por la medida de la Corte Internacional de La Haya, ahora quiere extender su plataforma continental hasta las orillas de Cartagena y Barranquilla. Y no tenemos la capacidad económica del Estado para proteger política y militarmente esas inmensidades del mare nostrum, porque la piragua de Guillermo Cubillos no posee más alcances que el de su escopeta 100 metros, mar adentro.
Con espesos velos demagógicos tratarán de hacernos creer que las “cosas” van bien. Y con un llanto escondido entre los pliegues de su corazón de hojalata, por no haber sido Nobel de la Paz, Estocolmo, llamará a su amigo Evo Morales para que se invente un Nobel de La Paz, Bolivia.