Por: Balmore Gonzalez Mira
Cuando mis lectores me inducen o me seducen a escribir una segunda parte de un artículo, no solo debo agradecerles por su lectura y comentarios, sino que es menester, mínimamente, valorar su contribución al debate. El primero y muy calificado de ellos me llevó a lo que el Banco Interamericano de Desarrollo había propuesto en el mes de junio de 2016 en su publicación reseñada como la Nota Técnica Nro IDB-TN-1054, “Sistemas de mérito para la selección de directivos públicos ¿Mejor desempeño del Estado?”, en el que plantea un estudio exploratorio que entre otras llega a la conclusión que a través de los concursos de méritos se obtienen mejores servidores para llegar a mejores resultados; aplicada en el país, al parecer en sugerencia acatada por el Estado colombiano. Pero desaprovechada al ser permeada por la corruptela de los concursos, como lo habíamos dejado planteado.
También se me habló del desaprovechamiento de la experiencia que acumulan los servidores públicos en provisionalidad y que luego en concursos amañados son sacados de sus cargos, perdiéndose toda esa capacidad y conocimientos, y la capacitación que el estado invirtió en ellos. Otro comentario que quiero unirlo en contraposición al anterior, tiene que ver con la calificación y seguimiento que se hace a los funcionarios, tanto en provisionalidad como en carrera, toda vez que al momento de calificarlos, el subjetivismo aflora y quienes son muy competentes no son reconocidos y los muy incompetentes nunca pierden a la hora de asignarles números.
Sin embargo, transcribiré de manera textual, algunos comentarios de pacientes lectores de mi anterior columna “Concursos de méritos, con pocos méritos” a quienes guardaré, por razones obvias, su identidad. Una muy acuciosa abogada me dice: “Muy bien sus comentarios. En el primer concurso para jueces administrativos fui víctima por no disponer de treinta millones en dos días. Todavía lo recuerdo y me da una indignación revuelta con ira mala y ahora la ley de la gravedad está haciéndose efectiva, todo lo que esté suelto que caiga”. Pregunto yo: ¿Este concurso fue hace algunos años, desde ahí estaba turbia la justicia?
Otro de esos empedernidos lectores, ácido crítico y buen contertulio me compartió la siguiente nota: “Mi querido Balmore, cuánta razón te asiste. Me resta solo una pregunta: Existió de verdad, en establecimiento público alguno, un limpio, transparente y digno concurso de méritos?? Un fuerte abrazo”. Creo que su doble señal de interrogante es muy diciente.
Finalmente, quiero compartir este comentario de alguien que ganó un concurso y no le dieron posesión en el cargo, aduce que la pelea jurídica la perdió por falta de dinero. Ganó otro concurso y se posesionó y por amenazas tuvo que renunciar. “Buenas tardes, fascinante manera de plasmar realidad y de cuestionar horizontes”. Acá solo se me ocurre decir que es demasiado lacónico para el martirio que ha padecido esta víctima de los concurso de méritos.
Es preocupante, por decir lo menos, que nos creamos el cuento de que por hacer estos concursos vamos a mejorar en transparencia, la participación y la eficiencia, cuando, como lo estamos demostrando, los famosos concursos están permeados por la corruptela y los dineros que circulan sin control. Preocupa por demás que algunas universidades con gran renombre se presten para legitimar lo ilegitimo, lo ilegal, poniendo en tela de juicio su prestigio empresarial y académico.