Por: Juan David Palacio Cardona*
Al parecer, la conducta humana nos lleva a ser selectivos para todo, incluso frente a algunos animales de la fauna silvestre. Estos se han clasificado como especies no carismáticas porque por su aspecto no son llamativos para los programas de protección y conservación, pese a su importancia biológica.
Para el común denominador de la sociedad no son agradables a la vista, pero hay razones sociales, culturales, religiosas y hasta de brujería por las que se han satanizado. En consecuencia, las hemos invisibilizado y atacado, sin embargo, en lo ambiental todo hace parte de un equilibrio que merece nuestra atención porque la ausencia de un individuo puede ocasionarnos dificultades tangibles.
En varias partes de Colombia, por ejemplo, se evidencia constantemente el incremento de alacranes en las zonas urbanas, generando un posible riesgo de atacar y picar a las personas cuando están en la comodidad de sus casas, con lo cual se origina la necesidad de tomar medidas con acciones humanas, como fumigar. Lo cierto es que, posiblemente, el aumento de estos animales se debe a la disminución de zarigüeyas en las conurbaciones.
Para algunos, ellas son simples ratas o ‘chuchas’, pues su aspecto es similar. No obstante, no son roedores sino marsupiales (parientes de los canguros), controladores de plagas naturales y que –al ser omnívoros- los insectos, serpientes, lagartijas, entre otros, hacen parte de su dieta. Además, comen frutas y con ello cumplen una función biológica vital: ser dispersoras de semillas, así que muchos de los árboles que existen en el mundo son producto de su rol.
Los gallinazos son otra especie estigmatizada que requiere toda la atención y cuidado. Ellos son los ingenieros sanitarios del medioambiente porque al alimentarse de carroña (carne en estado de descomposición), nos ayudan a mitigar la contaminación originada por la mala disposición de los residuos orgánicos que generamos. También evitan la propagación de enfermedades y bacterias perjudiciales para los seres humanos y otros miembros de la fauna.
Los murciélagos, por su parte, que han sufrido de una mala reputación por la película hollywoodense ‘Drácula’ -al asociarlos con los ‘chupasangre’- y que se ha recrudecido con la pandemia del covid-19 -al señalar que el origen del coronavirus es por el consumo de estos individuos- tienen un rol importante en nuestros ecosistemas, tanto en las selvas tropicales como en los desiertos, pues se alimentan de insectos que pueden ser perjudiciales para los cultivos.
Adicionalmente, eliminan los mosquitos: en una noche pueden comerse hasta 1.200 y muchos de ellos son portadores del dengue, chikungunya y otras enfermedades que afectan la salud y que, posiblemente, pueden llegar a poner en riesgo la vida de los humanos. Además, son dispersores de semillas y polinizadores de cerca de 500 tipos de flores en todo el mundo.
Entre tanto, los búhos, que son estigmatizados porque los asocian en muchas culturas a la muerte y espíritus, deberían protegerse porque también son controladores de plagas naturales: cazan roedores, lagartijas, insectos, entre otros.
En resumen, las víboras, sapos, arañas, gallinazos, zarigüeyas, lechuzas, murciélagos, escorpiones, entre otros, cumplen un rol importante en los ecosistemas y todos hacen parte de la cadena alimenticia, con lo que se genera un equilibrio. Ellos permiten que los seres humanos podamos disfrutar del mundo y su biodiversidad.
¿Por qué no aprender entre todos, conocer más sobre las especies no carismáticas, convertirnos en embajadores para su protección y así generar más conciencia ambiental? Ellas cumplen una tarea fundamental. Aprender a cohabitar y a coexistir es nuestra responsabilidad.
*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá.
@JDPalacioC / Twitter