Por: Jaime Jaramillo Panesso
Los niños tienen, en Colombia, la prelación constitucional de sus derechos. Defenderlos es tarea primordial de los padres, los mayores, los maestros, los ciudadanos y las autoridades.
Sin embargo, solo cuando aparecen hechos graves como el caso de Yuliana Samboní, violada y estrangulada por un arquitecto notable con una vida doble: de día un profesional exitoso de clase alta, de noche un pervertido sexual. Ante casos de estos la comunidad colombiana se conmueve y pide penas máximas como la cadena perpetua, que ya existe en nuestra normatividad, relativamente, pues la pena de 60 años la convierte en una condena perpetua si no existiera la posibilidad de redimir parte de ella por buena conducta.
Según denuncian los investigadores, Colombia ocupa el segundo puesto en el mundo en maltrato a los niños. La familia es la principal institución que los maltrata comenzando por el machismo que lleva a los varones a abandonar los hijos y a repetir tanda en otras mujeres. Este hecho es muy frecuente y se ha convertido en una anticultura que es aprobada por muchas comunidades. Otro factor que afecta a los niños de las clases populares es la vivienda. Los edificios de apartamentos muy pequeños crean un hacinamiento parecido al de las cárceles, sin áreas o espacios para dormir con comodidad o para compartir en familia. Ese tipo de viviendas afectan la integridad de la familia y expulsan a los jóvenes hacia la calle y al mundo exterior.
A los niños en la ciudad los reclutan los combos criminales para que cumplan tareas de aprovisionamiento o de espionaje y van creciendo en la escala de mando en la medida de los delitos ordenados y ejecutados. Por eso capturar o dar de baja a un jefe de pandilla es rápidamente sustituido por otro. Los menores de edad que hoy aprenden la ilegalidad son los “patrones” del delito mañana. Falta el plan integral y sostenido para que no continúe el combo reprogramado en el mando.
En lo rural las guerrillas reclutan los niños para prepararlos como carne de cañón. Vamos a ver los adolescentes desmovilizados que se criaron desde niños como guerrilleros y el tratamiento adecuado que les dé el Estado. Colombia está reclamando a las Farc que entregue los menores y las Farc se niegan a pesar de su oferta de hacerlo. Y al Eln le reclama el gobierno la entrega de los secuestrados, pero calla la entrega de los niños que es más notorio y grave que con las Farc. En el Eln, con su ideología mestiza de cristianismo y marxismo, los niños son parte de la tropa mestiza en los gustos y preferencias sexuales.
El tipo de familia que existe en los barrios de algunas comunas con niños arrumados en sus habitaciones, provenientes de varios varones y de la misma madre, son pasto de abusos de los padrastros. Callan todos, madre e hijos, porque el hombre es el proveedor y dependen de sus ingresos.
La niña Yuliana Samboní es un símbolo nacional de salvajismo criminal. El dolor causado toda la sociedad colombiana no puede quedar en el olvido dentro de pocos meses. También debemos continuar vigilando el proceso judicial contra el asesino, que por poco lo linchan los ciudadanos enfurecidos conocedores de la justicia nuestra. Que se oxide en su calabozo, en su celda.