Diego Calle

Por: Diego Calle Pérez

Pablo Escobar, ese mismo que cambio la historia nacional de Colombia, insidio en la educación y vaya de qué forma.  Armo a sus ejércitos de jóvenes muchachos de 14 años con changones, pistolas y revolver calibre 32. Lo que nunca imagino el “patrón del mal”, a pocos días de su muerte, es que estos osados muchachos fueran a utilizar sus armas para intimidar a sus propios profesores y formadores de las distintas instituciones educativas, donde tal vez algún día el propio Escobar asistió y se retiró a probar fortuna en la calle. Escobar cambio la forma de calificar y evaluar a los estudiantes. A principios de los años noventa, los estudiantes del grado decimo ya no eran los mismos de los años ochenta. Medellín, fue de las primeras ciudades que sintió con fuerza el sicariato a docentes. Estos reviraban por la nota, se empezaron a escudar con carnet de estudiantes, salían y entraban de la institución como si nada fuera y si perdían no asistían al examen remedial.

Los Priscos en Aranjuez, se convirtieron en los acudientes de los estudiantes. Instituciones de tanto prestigio tuvieron que mermar su exigencia, los buenos profesores, los que no se dejaban intimidar y tranzar se fueron muy rápido a gozar de la jubilación eterna a los cementerios. Hubo una crisis en la educación nacional. Muchos tuvimos que guardar armas en los escritorios de rectorías y coordinación de disciplina. Tuvimos estudiantes que atracaban en los buses de Circular Sur y de Coonatra. Acudir a la fiscalía con fichas observadoras y libros de disciplina. Se inventaron otras formas de evaluar para mermar las muertes de docentes, proliferaron las licitaciones para cobertura educativa y para finales de los años noventa, se renovaron las pruebas que miden los niveles de educación en Colombia. Entrando los años del nuevo milenio se respiraba un poco más de tranquilidad, los nuevos renovadores del país, los paramilitares de Mancuso y Castaño, no se metían en los gajes del oficio de los educadores. No faltaron algunos excesos de uno que otro jefe de pelotón, y llegaron a pueblos, veredas y corregimientos, intimidando a los estudiantes con pasquines y mensajes de muerte a los vagos, ladrones y perezosos. Los estudiantes llegaron a sentir más respeto por los uniformados ilegales, que por la policía y sus propios profesores.

Las instituciones educativas se fueron convirtiendo en guarderías para estudiantes. Las guarderías se convirtieron en jardines maternales para recibir los niños de madres solteras. Las secretarias de educación no estaban preparadas para hacer nuevos currículos para los estudiantes. Los profesores les tocan inventarse nuevas estrategias para enseñar filosofía, ética y religión. No se puede practicar educación física en la cancha cerca de la institución educativa porque mínimo se arma una balacera. No hay tanto policía en las calles para cuidar a los jóvenes estudiantes. Y no hay presupuesto, tampoco para vincular más profesores.

Los parques educativos de Medellín son un gran avance pero no se pueden visitar porque los estudiantes deben salir con seguro de vida. Los estudiantes se aburren en los salones y no hay espacios abiertos y son pocas las instituciones con orquesta sinfónica. Los rectores no son gestores educativos, son unos pocos profesores con cargo remunerado. Los espacios de socialización de las instituciones educativas se alejan mucho de su valor agregado. Desde el Ministerio de Educación piensan y ejecutan unas teorías, la realidad que se vive es muy distinta y los asesores como Francisco Cajiao y otros tantos se desfasan en sus columnas. La exministra de educación Cecilia Vélez White, actual rectora de una universidad de Bogotá, se dedicó a negociar los honorarios de los profesores con sindicalistas de fecode y adida.  Las actuales aseguradoras no se quieren responsabilizar con los seguros de vida de los estudiantes con matricula. Los estudiantes de décimo grado y undécimo hacen fila para ingresar a las universidades. No tienen claridad que estudiar, no hay orientación profesional, no hay presupuesto para psicólogos y trabajadores sociales en las instituciones educativas. El Sena es una opción rápida y muy apetecida en un país que empieza a implementar las tecnologías de punta. Los estudiantes tienen más actitudes para teclear en las redes sociales y no hay planes de choque para detener semejante amenaza que deteriora esa educación tradicional que se implementa por la falta de presupuesto e inversión social. Ese es más o menos el panorama de la educación hasta décimo grado.