Cuando uno observa con detenimiento la ocupación del territorio en el Valle de Aburra, no deja de sorprenderse por la incapacidad que se ha tenido a lo largo de la historia para ordenar esta región, que por ser precisamente un valle y estar rodeado de montañas, se caracteriza por su fragilidad y vulnerabilidad. Ha hecho falta, sin duda alguna, presencia del Estado y compromiso de la ciudadanía para la planificación, gestión, articulación y control de un desarrollo armónico del territorio. Repensarnos, ordenar la región es una tarea que nos debe convocar. Debemos priorizar los lugares a intervenir, nuestro Valle de Aburra y en general todos las grandes ciudades del país han adolecido de visión integral para organizar lo que ahora parece al revés.
Estará al revés mientras no resolvamos dificultades estructurales que nos afectarán en el largo plazo, sobre todo en la gestión sostenible, la articulación o colaboración armónica entre territorios. Es urgente ocuparnos ahora de donde es propicio ubicar a la población. No podemos darle la espalda a tantos seres humanos en dificultades, pero tampoco podemos perder el control del desarrollo, eludir responsabilidades y permitir que se construyan viviendas en sitios donde no es posible ofrecer a los habitantes acceso a todos los servicios públicos domiciliarios y cobertura en atención social, educación y salud, aumentando así la inequidad y la pobreza. Familias que lo han perdido todo por las múltiples violencias que padecemos, sólo encuentran la opción de desplazarse a los centros urbanos, donde reducen su miedo a cambio de verse obligadas a engrosar lo que los economistas eufemísticamente llaman “cinturones de miseria”. Por cuenta de los desplazamientos y la desidia, estos habitantes han tenido que ubicar sus hogares en lugares equivocados.
Nuestras facultades de Ingeniería nos han repetido incansablemente que los ríos y quebradas tienen memoria, que debemos respetar las lagunas de inundación porque en el momento menos pensado vuelven a retomar el viejo cauce así hayamos hecho obras para tratar de orientar la fuerza de su caudal. Pero la desesperación de tantas familias afectadas por un conflicto fratricida y por otras absurdas violencias generadas muchas de ellas en las asimetrías de nuestros territorios, la marginación, la exclusión, entre otros, hace que busquen lugares para ubicarse, incrementándose peligrosamente las viviendas en zonas de retiro de quebradas que al invadir los espacios naturales de los cuerpos de agua desconocen sus dinámicas naturales y obligan en las épocas invernales a recordarnos la trágica y triste historia de la canción Pescador, lucero y río: “… pero de pronto se oscureció el bohío y sin vida encontraron al barquero, porque de celos se desbordo aquel río…entro al bohío y se llevo el lucero…”.
Muchas de estas familias que están en zonas de alto riesgo o en retiros de quebradas cuentan con todos los servicios públicos, a excepción del alcantarillado, tan necesario entre otras cosas para respirar tranquilos, para tener una salud como nos la merecemos todos los habitantes de este hermoso Valle de Aburrá. Las cifras son sorprendentes: en el año 2008, existían en el Valle de Aburrá, 27.253 instalaciones con servicio de acueducto mas no de alcantarillado, de las cuales 26.990, el 97% son residencias. Increíble paradoja, alrededor de 27.000 familias enteras derramando sus aguas residuales a los cuerpos de agua, soportando ellas mismas sus olores desagradables porque no existen sistemas de saneamiento a los que puedan conectarse, algunas de ellas con total imposibilidad para hacerlo por razones de tipo técnico pues se tendrían que bombear las aguas para poderlas llevar a las redes existentes y otras porque aun no llegan las redes de alcantarillado a las zonas donde están ubicadas.
Estas y otras dificultades estructurales en nuestro modelo de desarrollo también se reflejan en el aire que respiramos y en el espacio público. Según la Organización Mundial de la Salud, es necesario contar entre 9 y 12 metros cuadrados de espacio público verde per cápita, pero hemos desperdiciado tanto nuestra riqueza natural que paradójicamente ahora contamos con escasos 6 metros cuadrados per cápita, situación que nos ha llevado entre otras cosas, a tener una calidad del aire deteriorada e incluso perjudicial para nuestra salud. Son muchos los árboles que se requieren para hacer la conversión de gas carbónico en oxígeno de tal forma que contemos con un aire respirable, pero lamentablemente cada vez hay menos espacios propicios para sembrarlos pues la mancha de cemento también es cada vez más grande y absorbente; esta realidad nos lleva a pensar que no resulta descabellado que los gobiernos asuman la compra de manzanas enteras para devolverle a los habitantes y a los seres vivos (fauna y flora) espacios de encuentro, de esparcimiento, de vida, en medio del bullicio de la ciudad.
El desarrollo al revés no puede justificarse, no podemos admitirlo, mucho menos donde existen recursos, instrumentos…aquí los tenemos, debemos enfocarnos en la visión que requieren nuestras territorios para vivir armónicamente aprovechando sus recursos sin malgastarlos, solo falta que nos sentemos todos juntos, que nos desprendamos de intereses particulares, que nos apropiemos del territorio, conociendo sus fortalezas y debilidades, sus amenazas, vulnerabilidades y riesgos y avancemos en la cultura del bien común, de la construcción colectiva de territorios, de sociedad.