Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría
Eso de que las tres ramas del poder público, ejecutiva, legislativa y judicial, son autónomas e independientes, no obstante lo cual colaboran armónicamente para la realización de los fines del Estado, sabemos que es pura letra, porque como le he dicho varias veces en este espacio, en un sistema presidencialista como el nuestro, el ejecutivo termina imponiéndose sobre los otros dos poderes, no en vano se ha dicho que la judicial es la rama más seca de las tres que conforman el poder público y en cuanto al legislativo, la repartija a la que históricamente se ha hecho acreedor, solo que ahora la llaman mermelada, sella su pretendida autonomía e independencia y ha hecho que siempre sea obsecuente y subordinado. Esta subordinación de unos poderes a otros y que se nota mucho más en funcionarios que son designados por el presidente de la república (lo cual es más comprensible), pareciera haber tenido una expresión de inconformismo en dos hechos atribuibles igualmente a dos personas: una institucional y otra de carne y hueso.
Para nadie es un secreto que la cantidad de arrodillados de todo tipo al gobierno apoyando el mal llamado proceso de paz y matriculados con el Sí cuando se iba a votar el plebiscito, entre los que se encuentran congresistas, excepto unos pocos, muchos funcionarios públicos, periodistas, empresarios, para citar algunos, lo hicieron, algunos de ellos, más por conveniencia que por convicción, pero con el consabido resultado del plebiscito ha quedado claro que su querer era otro distinto y aludo concretamente a la Corte Suprema de Justicia. Nada dijo de los acuerdos antes del plebiscito, después de éste ha salido a realizar una serie de propuestas sobre la justicia transicional y aunque no la descalifican del todo si hacen algunos reparos, como por ejemplo, en lo atinente a la revisión de sentencias ya ejecutoriadas, proponen que esa facultad radique exclusivamente en cabeza de la Corte Suprema y parece que para beneficiar a quienes tienen su situación jurídica definida a condición de que se cumplan unos requisitos y no para hacer más grave la situación del ya condenado o peor, para condenar a quien ya fue absuelto, y no del tribunal que eventualmente surja para investigar y juzgar los crímenes que serán de su competencia. Sana y bienvenida la propuesta, pero no deja de ser oportunista, o será más bien que si lo hubiera manifestado antes habría sido estigmatizada por el gobierno y los defensores del Sí y tildada de enemiga de los acuerdos y por tanto de la paz?
Admirable la frentera posición que ha asumido el vicepresidente de la república, Germán Vargas Lleras, quien tiene claro que no le debe el cargo a Santos, sino que es más bien al contrario, lo que explica por qué no se queda callado, obsecuente y sumiso frente a las barbaridades que se plantean desde la Casa de Nariño, sino que manifiesta públicamente sus reticencias frente a las iniciativas, programas o propuestas que salen del gobierno que representa. No está de más recordar, que cuando no le quedó otro camino distinto y pronunciarse sobre el proceso de paz, dijo que no le gustaba la justicia transicional, porque se le concedían excesivas facultades al tribunal que para esos efectos se crearía, y ahora que se presentó al congreso para su aprobación la reforma tributaria, claramente dijo que se iba a poner en vilo la política de vivienda adelantada, porque después de haber entregado 115.000 casas gratis y de estar en marcha un proceso de licitación de 250.000 adicionales para un objetivo final de 450.000, bajar el margen de rentabilidad de la vivienda social que ha sido de 7 por ciento y que si se le elimina la exención bajaría a 2 por ciento, nadie se presentaría a licitar y a hacer parte del negocio. Entendible rechazo que ha tenido toda clase de críticas por parte de los arrodillados al gobierno que cada que pueden salen a decirle al vicepresidente que está haciendo política desde el gobierno y que lo mejor es que renuncie para que la haga de frente y sin talanqueras.
Valientes como el vicepresidente es lo que necesita una democracia para enrostrarle al gobierno del que hace parte cosas que resultan inconvenientes para el desarrollo del país y poco favor hacen quienes esconden la cabeza como el avestruz, pero cuando la circunstancia se los permite, la vuelven a levantar y comienzan tardíamente a enarbolar banderas.