Por: Gustavo Salazar Pineda
La naturaleza, el mundo y los seres humanos nos brindan la oportunidad de encontrar belleza, alegría y sensualidad en el goce de vivir. Servido está el festín vivencial, pero a menudo lo malogramos con una educación equivocada, unos deseos desbordados, unas metas exageradas y otras concepciones erradas sobre lo que es vivir bien.
En este tiempo moderno las mujeres parecen en su mayoría no desear más que tener un cuerpo escultural, una figura exuberante y una belleza física espectacular, las modelos son sus paradigmas de vida y sus profesiones preferidas aquellas que exaltan y magnifican una existencia superficial, banal y frívola, no obstante que la belleza, ideal de las pasarelas, es un imposible de alcanzar por millones de mujeres; las féminas siguen patrones impuestos por modistas o los gurús de la moda. La frustración de una gran masa de mujeres es el producto de creerse la falsa vida ideal, armónica supuestamente, de las profesionales del modelaje. Quien conozca el modo de vida estresado y generante de permanente angustia de las maniquíes humanas podrá deducir que es una existencia aparente y carente de felicidad.
También los hombres jóvenes de estas generaciones recientes pretenden imitar las estrellas rutilantes del fútbol, los ejecutivos millonarios de las grandes empresas trasnacionales, los profesionales exitosos de la tecnología cibernética, como en otros tiempos emulábamos o teníamos como nuestros ídolos a los actores de cine y otros ganadores de las empresas privadas o de las distintas profesiones liberales.
Seguir estos modelos de vida constituye una oportunidad de enfrentarse al fracaso y dejar pasar las bellas oportunidades con fruición y gran alegría. No es necesario vivir con mucho dinero si se tiene gran sensibilidad para gozar de nuestra compañía, la de otros especiales seres, la vida hogareña, ya que lo que se tiene únicamente como refugio ante las dificultades de la vida son un buen hogar, unos buenos hermanos, unos comprensibles padres y unos amigos de verdad. Disfrutar de la poesía, la buena música, la amistad sincera, la lectura instructiva, una buena conversación, la buena mesa, los viajes, es gozarse el festín de la vida. Los placeres materiales, espirituales y culturales son los que se gozan en el banquete de nuestra existencia terrenal. No está de más recordar que eso nos enseña el gran maestro griego, Platón, en su famosa obra El banquete. El gran filósofo de Atenas dijo que el camino correcto para vivir bien es empezar por las cosas bellas de este mundo (un amanecer, un atardecer, contemplar las montañas, los mares, por ejemplo) y de allí escalonar a gozarnos nuestro cuerpo y el de otras personas e ir ascendiendo hacia las bellas normas de conducta y llegar a la cúspide del conocimiento, cuyo pináculo supremo es la sabiduría, que es el ideal máximo del hombre en la tierra. El ideal de belleza de esta gran civilización no consistió en el culto excesivo al cuerpo y a las formas voluptuosas de esta sociedad, tan excesivamente idealizada en la televisión, el cine y las redes sociales. Los extremados adornos artificiales de las mujeres de estos tiempos nada tienen que ver con los dictados de la cultura griega representados en la máxima exponente de la belleza de los helenos: Afrodita. La armonía del cuerpo, sus formas y la dulzura valían más para estos avanzados de la humanidad que un cuerpo escultural.
La romana, por el contrario, fue amante del acicalamiento exagerado con el propósito de prolongar la juventud, patrón cultural que vuelve a imponerse en la sociedad de los siglos XX y XXI. Muchos de los hombres y mujeres de esta época sufren con el concepto machista que relega y discrimina a la mujer que va perdiendo lozanía y belleza física y no faltan los que piensan que una mujer que pasa la edad del cuarto siglo es vieja, como si perdurara aun el concepto medieval de juventud y vejez. Quienes se dejan imponer estas caducas y desvencijadas ideas malogran la oportunidad de disfrutar plenamente el manjar o festín de la vida. La tiranía cultural que reduce la mujer a un objeto, cosificable, lujurioso y de exhibición y a los hombres en exitosos, ganadores y ricos, impiden a unos y otros tener una vida plena y gozosa en extremo.
Aspirar a vivir bien, sin trabajar demasiado, en paz con uno y con el prójimo, disfrutar del ocio, del placer a veces de no hacer nada, il dolce far niente, como dicen los italianos, de poder disfrutar de buenos momentos para la tertulia, la lectura, los viajes y paseos por la naturaleza, de un buen comer y beber y de una erótica sexualidad (que no debe confundirse con la pobre y limitada genitalidad), ha de ser el ideal que oriente y guíe nuestras existencias, no el modo vivencial que la sociedad, los maestros, los periodistas y otros creadores de la opinión pública nos impongan. Esto se aprende desde temprana edad y quien sea privilegiado y pueda practicarlo en su juventud, madurez y la vejez, es un elegido de los dioses.