Rubén Darío Barrientos

Por: Rubén Darío Barrientos G.

Lo que ocurrió en Nicaragua el pasado domingo, no solo es una farsa electoral sino una vergüenza política para el mundo. Daniel Ortega ha conseguido su segunda reelección con el 72,5% de los votos, en una contienda electoral abstencionista, sin observadores y con toda clase de fechorías y descomposiciones politiqueras. Por supuesto, el exguerrillero Ortega había logrado con un parlamento genuflexo –años atrás– que se pulverizara el artículo 147 de la constitución nacional y así se derogara el veto de las reelecciones en ese país, como cuota inicial de sus maquiavélicos y desaforados apetitos y de sus grotescas camarillas. Lo suyo es un pliegue ancho a la ilegitimidad, al filibusterismo, a la ilegalidad, al autoritarismo y a la arbitrariedad.

Aquí que nos escandalizamos dizque porque el director del Hospital La María tenía en la nómina a una hermana y una sobrina, no hemos visto lo que es un súper-híper-mega nepotismo. Sucede que Ortega tiene como vicepresidenta a su esposa Rosario Murillo, cuatro de sus nueve hijos son consejeros de gobierno, el hijo de su esposa (Rafael) es el administrador de la relación económica con Venezuela y de su petróleo y la cónyuge de Rafael maneja las estaciones oficiales de gasolina. Y como si fuera poco, Daniel Ortega y Rosario Murillo son propietarios de nueve de las diez cadenas de televisión del país. Danielito es lo más parecido que existe a Chávez, Maduro y la Venezuela de hoy.

El comandante (como le dicen a Ortega) y la compañera (como motejan a Rosario Murillo), hacen y deshacen en ese país. Sus seguidores hablan también del rey Daniel Ortega. Y de su majestad Daniel Ortega. Éste, recoge todo el moho de la dictadura y nada lo aquieta, ni siquiera saber que tiene setenta años. Gobierna desde un fuerte y disfruta a placer su pomposo carro Mercedes Benz, como el más oligarca de la región. Sus aliados son Cuba y Venezuela –no otros lo podían ser– y con su triunfalismo y desparpajo se ciernen los temores de una tosca dictadura.

Detenta (como Maduro), el control omnímodo sobre la policía y el ejército, y su país exhibe una lamentable pobreza del 47%, que poco parece importarle. En una ocasión, llamó a las Farc “mis hermanos”. El Fsln, horda al que pertenece, arrancó los votantes casa a casa y trasladó muchos sufragantes en vehículos particulares sin placas. Este derrocador de Somoza, no tuvo que hacer campaña porque solo se necesitaba que amaneciera para ser el presidente. En la liza electoral, la oposición era de mentiras y sus allegados le decían “no tienes que hacer ningún esfuerzo, porque bien lo sabes que el pueblo elegirá a su rey”.

Su esposa, la vicepresidenta, llamada “la bruja”, hace las veces de su representante y vocera y Ortega le ha endilgado el rol de ser su imagen pública. Ella ayudó a coordinarle un golpe demoledor: la destitución de veintiocho miembros del partido opositor (liberal independiente) mediante una resolución de la Corte Suprema de bolsillo que existe allí. Entre otras cosas, Ortega obtuvo su primera reelección violando la constitución nacional, porque en ese entonces estaba prohibida, pero se inventaron un orangután de marca mayor para pasar de agache en este tema legal. Sí, a lo Maduro.

Puro gobierno del socialismo siglo XXI. Apropiación por el danielismo del parlamento y manipulación de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo Superior Electoral. Dinámica venal de Ortega (el mismísimo violador de su hijastra Zolamérica), el capo de las coimas, componendas y la corrupción. Semblanza de un dictadorzuelo, en paralelismo con el detestable Maduro. Como lo dice la exmandataria Laura Chinchilla, a fuer de resumen: “Nicaragua es un país secuestrado que está en manos de un gobierno totalitario”. Pobrecitos los nicas…