Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

Desde tiempos inmemoriales los gobiernos han acudido al espionaje para defender la integridad de las instituciones, así sean tribales, premodernas o posholocausto. El espionaje es más viejo que la prostitución. Es una obligación del “príncipe” cuidar la estabilidad del régimen, la vida y la honra de sus habitantes y la soberanía territorial. Un estado donde florecen las organizaciones criminales, unas con objetivos revolucionarios de toma del poder político, otras con la meta de enriquecerse y controlar territorios en donde ejercen sus funciones defensivas, necesita conocer el movimiento de enemigos y proteger a sus conciudadanos. Al jefe de Estado le es encomendada por norma la seguridad de la nación.

El lenguaje es una de las armas de la guerra y con la palabra se suele hundir una comunidad o un dirigente, más cuando hay medios de comunicación como la televisión, la radio y la prensa escrita en manos del estado o de particulares que reciben pautas o subsidios gubernamentales. Es el caso de la palabra “chuzadas” que de inmediato nos remite a delito y a delincuente. Si usamos “espionaje” nos miran como atrasados en la dicción o cuando más, nos recuerda al espía de Su Majestad numerado con el 007. Cuando se habla de “inteligencia” es un término que encaja en lo actual, hondamente secreto y con modalidades encubiertas protegidas por la ley, por el sentido común y por la confidencialidad. Al desaparecer el DAS, quedan las chuzadas que tanto han dado como instrumento político. Pero da origen a la Agencia de Inteligencia, dependencia exclusiva de la Presidencia de la República que es invisible, nadie sabe dónde funciona, quiénes la dirigen y componen. Es verdaderamente un asunto de Estado, que contribuye a darle luz e información especializada al jefe del Estado, como debe ser. Y no solo en lo local. Los servicios de inteligencia se cruzan internacionalmente puesto que tenemos amenazas terroristas que se extienden por el mundo entero con células entrenadas, fanatismo incluido. El gobierno de una potencia tendrá para el funcionamiento de la “inteligencia” los hombres y mujeres mejor experimentados y los aparatos más sofisticados para el oficio. En menor escala los que no son potencias económicas ni militares.

La “inteligencia” también se practica en organizaciones civiles o privadas, porque el Estado no le alcanzan los ojos escudriñadores para detectar los ladrones de secretos industriales, las amenazas a dirigentes gremiales, y otras tareas de vigilancia y espionaje a maridos o a esposas con celotipia aguda.

En la maraña de la política colombiana aparecen focos que el gobierno, cualquier gobierno, debe investigar como son las redes clandestinas de la guerrilla o de los narcotraficantes que alcanzan los altos niveles de la administración pública. En esa labor de inteligencia se deslizan cuerdas que salpican el derecho a la intimidad. Los límites de esa labor están determinados por la ley, es cierto. Pero es una falsificación de la justicia que los presuntos “chuzados” por el Das sean los mismos que juzgan y producen las sentencias a los implicados. Además, resulta inconsecuente que la opinión pública no conozca los contenidos de las conversaciones y maniobras presuntamente criminales que fueron objeto de las investigaciones.

La seguridad colectiva está tomando un claro sentido en el mundo democrático ante las amenazas terroristas yihadistas. En Francia, cuna histórica de las libertades, se logró un consenso entre la derecha y los socialistas para ampliar el poder del espionaje y controlar la “injerencia extrajera en los intereses económicos, industriales y científicos” de ese país y mejorar las tareas descritas como defensa nacional o de la integridad territorial. Esta legalización reunió 438 votos favorables contra 86 en contra. Entre nosotros, país de la América del Sur, usamos la justicia politizada para sentenciar a los contradictores políticos.

Cuentan las malas lenguas de las revistas de la farándula, donde las señoras extienden su cola en abanico textilero, que en una isla paradisíaca del océano Pacifico, vive jubilado el agente 007 del servicio de inteligencia o de chuzadas de Su Majestad británica. Nunca le pudieron abrir un proceso penal porque, igual al Señor Blair, le pagaban con bonos de una tesorería invisible, intangible y sin registro en la Cámara de Comercio. El agente 007 es hincha del Manchester City.