Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

¿Cómo saber la verdad si todo es mentira? El mundo se encuentra pálido por la sorpresa de que un Nobel de Paz esté vinculado  a un hecho anómalo de corrupción por un valor de un millón de dólares. Esta suma es suficiente para vivir el resto de la vida. Un millón de dólares son tres mil millones de pesos. Pero en gente tan sencilla y voraz, tres mil millones de pesos servirían para comprar  dos tarros de crispetas y pagar la entrada a ver una película de reciente aparición, ganadora del Oscar por la mejor actuación individual: Alí Babá y los Cuarenta Ladrones. Con tres mil millones de pesos colombianos se podrían comprar  unos cuantos cartuchos de maní salado y si sobra plata, un pan aliñado para el desayuno en palacio.

Muchas cositas humildes se pueden adquirir con tres mil millones de pesos, por ejemplo un Premio Nobel de Honradez, que organizaría la empresa Holguín-Maduro S.A.S. en la sede de esta sociedad, las islas Fiji.- Con tres mil millones de pesos, es decir, con un millón de dólares, se podría ir a un parque de diversiones de Colsubsidio a comer paletas de  tamarindo o de mango biche con almendras, de esas que compran en la casa presidencial para regalarle a los amigos. Con tres mil millones de pesos se compran dos pantaloncillos de fibra de lycra, que no talle el bolsillo de atrás del beneficiado, porque allí lleva la billetera con la menuda que le sobra para comprar una corbata roja made in China, que son más baratas que las italianas, de las que usa Mr. Robert Prieto.

Vamos por partes. El hombre del millón de dólares es un buen chico que sabe de sus dos agraciadas ministras de cercanos tiempos, que se ganaron una lotería, la coima por adicionar un contrato de 900 mil millones de pesos por solo alargar una carreterita, que llevará el nombre de “Las dos Gamarras”. Y claro, para eso estaba la más corrompedora empresa de construcción, multimillonaria brasileña, país donde el socialismo del siglo XXI, salió del poder y deja tendida a Dilma y a las puertas de la prisión al líder sindicalista Luis Ignacio Lula.

Para los menesteres de tan hondo calado patriótico (Imagínese el lector: un millón de dólares, verdes, fresquitos, para ser monetizados) existe un cipayo cuyo nombre todo lo dice: Otto Mula que es un artista del “punto, cadeneta, punto”, es decir, que conoce el oficio de mediar para el bien de la República y Honra a Dios. Otto Mula hace los contactos, tiene amigos en los Ministerios y conoce el uso de los maletines ejecutivos llenos de dólares que nosotros los de a pie, vemos en las películas. Otto Mula no es un recién llegado al libreto del millón de dólares. Está vinculado desde hace años y sabe de la capacidad de soborno de Oderbrecht. Por eso no puede quedar fuera del negocio. A él no le pueden jugar sucio. El cobra por derechas su porcentaje. Y como el hombre del millón de dólares está informado desde hace rato los correderos de su platica, ganada con el sudor de su frente diamantina, desconocerá la existencia de Otto Mula.

Hubo un tropiezo, sin embargo: el Fiscal de la Nación, de la República y del País tuvo conocimiento de estas andanzas criminales y se atrevió a decirlo en público, reproduciendo un papelón de su antecesor, “la justicia espectáculo”. Y ahí fue Troya. En Palacio no durmieron  ni siquiera el pelotón de la guardia presidencial que terminó su turno. Llamadas y visitas de doble vía hicieron que el Fiscal se mamara de lo dicho y en rueda de prensa dijo que no dijo lo que dijo y terminó organizando una comisión investigadora al Brasil, sede de la empresa Oderbrecht.

Mientras tanto, el Hombre del Millón de Dólares, camina descomplicado y tirando paso, mientras canta una canción de Daniel Santos que dice: “Yo no sé nada, yo llegué ahora mismo, si algo pasó yo no estaba allí…. “