Por: John Fernando Restrepo Tamayo
La Universidad es el espacio por excelencia donde los dogmas se sopesan a la luz de la razón y la razón se deja permear por la sensibilidad que solo puede provenir del arte y de sus múltiples manifestaciones. Es por ello, que en plena hegemonía de la técnica, la formación socio-humanística está llamada a ser un tanque de oxígeno en el escenario universitario. Un espacio de reflexión para que los estudiantes adviertan que existen múltiples formas de ver el mundo. Que el pluralismo no solo cabe en un manual teórico sino que debe aprenderse a vivir en la diferencia avisando relatos alternos a los del saber disciplinar.
La función de las humanidades es promover la discusión, alentar la crítica y dedicarse a pensar por el lugar del ser humano en medio de las leyes del mercado y la obsesión por desterrar el ocio para ser más productivo. Las humanidades cobran cada vez más vigencia en la medida en que el ideal de felicidad se mida en correspondencia con el PIB.
Esta función se cumplió a cabalidad con la visita que nos hizo el cineasta Sergio Cabrera a la comunidad de la Universidad de Medellín, en el marco de la Cátedra Ciencia y Libertad. Nuestro invitado ofreció una lección magistral sobre la posibilidad de convertir la diferencia en una herramienta que haga posible la realización de sueños. Sueños como el de él: vivir de contar historias. Bien sea por medio de la pintura, de la música o del cine. Como fue su caso. Vino a contarnos su vida y desde allí recrear los tropiezos y las certezas que dieron lugar a una de las obras más emblemáticas del cine colombiano: La estrategia del caracol. Habló del lugar de los artistas en un país como el nuestro. De la imposibilidad de hacer políticas bonitas si no tenemos un país bonito; de la posibilidad de creer en los sueños más íntimos y en la disciplina como ese medio que hace que todos los días cada quien se parezca un poco más a lo que quiere ser. Para recrear su intervención nos compartió las enseñanzas vividas en un internado comunista del pueblo chino, donde vivió su adolescencia y donde se formó como filósofo antes de viajar a Londres y regresar a Colombia para mirar la vía de acreditar su calidad de director mientras ejercía, silenciosamente, cada uno de los cargos propios de la industria del cine. Lo cual, en vez de presentar como un tropiezo significó la posibilidad de entender el cine en conjunto. Cine como un estilo de vida. Una manera de proyectarse y mostrar el mundo. Un mundo que desde Colombia tiene unos vicios incorregibles. Pero en medio de todo, la lente que posibilita y proyecta el cine, o cualquier oficio que se haga por vocación y con pasión, permite mostrar y compartir una luz de esperanza y de aliento. O cualquier otro sustantivo a través del cual cada quien explique su noción de coherencia y de felicidad.