Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría
Hace 2 meses la periodista Vicky Dávila lanzó al mercado un libro titulado “El Nobel. Santos, un presidente que se quedó solo”. El libro consiste en unas entrevistas realizadas a distintos líderes políticos nacionales que por varias razones conocen bien a Santos, entre ellos Jorge Robledo, Claudia López, Iván Duque, Martha Lucía Ramírez, Noemí Sanín, Andrés Pastrana, César Gaviria, Ernesto Samper, Juan Carlos Pinzón, Gustavo Petro, Piedad Córdoba y cualquier otro nombre que se me escapa, siendo los más relevantes los mencionados. Por todos, a excepción de Ernesto Samper y en alguna medida César Gaviria, es graduado de traidor, desleal, jugador de póker y que como ningún otro presidente cooptó los demás poderes públicos, especialmente el legislativo, por medio de la famosa mermelada, que no es nada distinto a la más rampante, abierta y descarada manera de dar miles de millones de pesos para que sus propuestas pudieran salir adelante, siendo la de mayor importancia la de la paz.
Queda claro que desde que se anunció el inicio de las conversaciones entre gobierno y guerrilla en Noruega y la escogencia de este país como garante del proceso de diálogo con la guerrilla, no fue más que el cálculo de un buen jugador de póker para que al final el comité que otorga el premio de la Paz, que es precisamente el de Noruega, se lo concediera a Santos y el lobby que se realizó con esa finalidad también es un hecho del que no hay duda.
Queda en evidencia que Santos lo único que quería era trascender en la historia y para ello se dedicó en cuerpo y alma al proceso de paz, pero para que le dieran el reconocimiento internacional por medio del premio, para nada le importó el pueblo colombiano y las víctimas de la guerrilla, quería era su gloria personal y no el bien del país, esa es la razón que explica que en ningún momento buscó consensos sobre tan determinante asunto para el presente y futuro del país, ni siquiera después del plebiscito del 2 de octubre de 2016, porque también a los representantes del No que acudieron a palacio les hizo conejo y les hizo creer que se realizarían cambios sustanciales al acuerdo, lo que no sucedió y luego vino la refrendación por parte del congreso, otra burla más.
También queda muy claro luego de leer el libro, que cuando se avecinaba la entrega del premio Nobel, que ya sabía muy seguramente se lo otorgarían, envió a La Habana a personas de su círculo personal, entre ellas a la canciller María Angela Holguín, que no es tan inofensiva como parece, para que, al precio que fuera, diera por cerradas las conversaciones con la guerrilla y fue cuando ellos terminaron imponiendo sus condiciones sobre su participación en política sin rendir cuentas a la justicia y sin pagar un solo día de cárcel. ¡Qué precio tan alto! Lo que dicho sea de paso ha reconocido últimamente de manera pública Humberto de la Calle, que porque la guerrilla necesitaba una justicia en la que pudiera creer y fue cuando surgió la famosa Jurisdicción Especial para la Paz, que ya ha mostrado su orientación ideológica con decisiones bien cuestionables que ha venido tomando en las últimas semanas.
Queda claro además cómo personas cercanas a Santos, como las ministras María Angela Holguín, Gina Parodi, Cecilia Alvarez y la hoy ministra de Comercio, María Lorena Gutiérrez, sembraban en él cizaña en contra de todo lo que oliera a Alvaro Uribe y también de lo que no, hasta el entonces ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, que fue quien llevó a palacio a María Lorena, vió la manera en que ella le hacía el cajón ante su jefe, lo de buena alumna del presidente en cuanto a deslealtad, no se pone en duda.
Hasta el mismo Samper, que en los dos gobiernos de Santos gozó de las mieles del poder, se queja de un hecho que no es desconocido en el país: que Juan Manuel Santos habló con militares, con las Farc y con Carlos Castaño para que le ayudaran a tumbarlo y crear un gobierno de transición que sería presido por el conspirador.
Y en fin, una serie de hechos que muestran la condición de utilitarista, vanidoso, pragmático (que en política significa no tener lealtades con nadie) y ¡quién lo creyera!, la animadversión que le cogió a Uribe y la obsesión por derrotarlo en las urnas.
También queda diáfano como el agua los billones de pesos que repartió a los congresistas para que le aprobaran en el congreso todo lo relacionado con la paz, como también las reformas tributarias que tienen agobiado el pueblo colombiano (IVA del 19%) y casi en recesión la economía del país.
Es un libro interesante para quien dude (yo nunca he dudado) y para quien no de lo que es capaz de hacer Santos para hacerse a los reconocimientos y para entender su personalidad.