Por: Jaime Jaramillo Panesso
Con un desfile de discursos, propuestas, mensajes, exabruptos, telones sin fondo, sofismas, ardides ideológicos y estratagemas lingüísticas comienzan los diálogos sobre la agenda de la presunta y bienvenida integración de las Farc a la vida civil y democrática colombiana. Los esperamos sin armas y sin dineros mal habidos, es decir, los esperamos como somos el 98% de los colombianos, que trabajamos, estudiamos y vivimos de manera común y corriente, que nos ganamos el pan con el sudor de la frente, de la espalda o de la inteligencia.
La paz es un acto concreto y específico: aceptar un nuevo contrato social y político por medio del cual un grupo de personas que trataron de derrocar el gobierno para cambiar las leyes y la constitución por medio de la violencia, por medio de las armas y de las bombas, por medio de las violaciones al DIH y por todos las formas de lucha, legales e ilegales, abandonan esa pretensión. Ese nuevo contrato político y social los compromete a cambiar el camuflado por la ropa de civiles que usamos ese 98% de los ciudadanos y dedicar el resto de sus vidas a ser buenos ciudadanos. En resumen, la paz es un acuerdo o tratado para abandonar la violencia y reconocer al estado como único portador de las armas y legítimo aplicador de la justicia. El resto del camino ya no es la paz, sino sus consecuencias de vivir en la comunidad nacional mediante las reglas de la convivencia. Si se sigue llamando paz (en la hipótesis de que se logre el acuerdo) a lo que es la vida natural de la democracia con el respeto a los otros y a la ley, es una equivocación o una maniobra de mimetismo político y militar para continuar con la amenaza de romperla.
El acuerdo de paz está sometido a un debate previo, al diálogo entre las partes que han escogido el método de la negociación racional, es decir, de la mesa donde no caben la altisonancia, el histrionismo ni los petardos proposicionales para adelantarse, de manera mediática, a las conversaciones formales, lo que equivale a ponerle moscas en la boca cerrada de los negociadores del gobierno, los cuales han sido prudentes. Distinto los “comandantes” que hacen ruido teatral y funcionarios del estado como el Fiscal Bocalegre de quien no sabíamos de su pasión ideológica y judicial por los pasajeros de la paz. Compite con Chávez desde dentro. En cambio el Presidente Santos no ha abierto la canilla verbal para la apertura en Oslo, lo que demuestra la precaución con que habrá de andarse este camino minado, literalmente, entre Oslo-La Habana-Caracas.
La agenda es un documento que ya ha sido horadado por las declaraciones de una de las partes. En el fondo la agenda es un buen pretexto para sentarse a la mesa y dialogar. Si se puede negociar, se negocia. Pero el diálogo dirá si el diablo dejará de soplar fuego por la boca de los fusiles o ha reflexionado sobre hechos evidentes como la imposibilidad de llegar al poder por medios violentos, ver desaparecer a sus conmilitones por vejez o por las armas de la república, observar la deserción de muchos combatientes y estar convencidos de la insolvencia moral y política del estalinismo revolucionario. Insistir en que el mundo se divide entre los buenos comunistas y los malos capitalistas, los ungidos de la verdad marxista y los renegados de la libertad y el pluralismo, es insistir en una escuela de pensamiento escolástico de izquierda que sigue apoyándose en el odio de clase y el exterminio de sus contradictores. Y el gobierno colombiano tendrá que convencernos de que esto no es ni seguirá siendo así. Como decían los jesuitas cuando no eran mamertos: “Vade retro Satanás”.