Por: Jorge Gómez Gallego*
Se ha suscitado un debate público a raíz de la filtración de una comunicación interna dirigida por el Secretario General del POLO a las Coordinadora Departamentales, en la que se informa acerca de la decisión de ayudar a recoger firmas para que el partido político Compromiso Ciudadano que está formando Sergio Fajardo obtenga su personería jurídica.
Desafortunadamente el debate se ha centrado sobre ese hecho y no sobre el desarrollo de las conversaciones sostenidas por el POLO, Alianza Verde y el equipo de Fajardo, que es el origen de la circular y la filtración se produjo sin haber surtido un proceso interno de discusión, lo que ha debido suceder antes de ver la luz pública.
Por esa razón considero pertinente hacer algunas reflexiones que pueden ayudar a aclarar el asunto o al menos a colocar el debate en el sitio correcto. Lo primero que hay que decir es que el POLO ha tenido en los anteriores debates electorales como característica de su accionar electoral la de tener candidaturas propias, enarbolando su ideario convertido en programa presidencial como guía.
Así fue en 2006, cuando nos opusimos a la reelección de Uribe con la muy auspiciosa candidatura presidencial del maestro Carlos Gaviria, la cual además sirvió como pila bautismal para el nuevo partido de la izquierda democrática. Así fue también con la candidatura de Gustavo Petro en 2010, cuando nos opusimos al continuismo uribista en cabeza de Santos. No nos olvidemos que en esa ocasión le propusimos a Antanas Mokus, a la sazón el candidato que pasó a segunda vuelta para competir con Santos, un programa mínimo para respaldarlo, propuesta que fue desechada por él, y que impidió concretar una coalición para esa segunda vuelta lo que al final derivó en el triunfo de Santos.
Así sucedió también en 2014 cuando con Clara López nos la jugamos contra la reelección de Juan Manuel Santos, y para segunda vuelta que se definió entre Santos y Zuluaga, nuestra candidata y un sector del POLO respaldó al primero con el argumento de la defensa de la paz y votar por el “menos malo”, no logrando llegar unidos a esa contienda que a la postre culminó con la elección de Santos para otros 4 años.
En el primer mandato de Santos se produjo una ruptura con quien había sido su mentor Álvaro Uribe, ruptura en el terreno de la solución al conflicto armado, que no ha afectado el consenso existente en el bloque de poder entorno a lo que en su momento Francisco Mosquera definió como la recolonización imperialista: libre comercio, privatizaciones, flexibilización laboral, endeudamiento, pérdida total de la soberanía y tejido de una falsa y corrupta democracia.
En todo este periodo se ha venido configurando un escenario político en el que a los colombianos los han tratado de colocar en una polarización entre uribismo y santismo que nos hace recordar la que se gestó durante la violencia liberal – conservadora y que culminó con el Frente Nacional. Dilema falso, pues así como en la confrontación entre “el hijo de Laureano y el hijo de López Pumarejo” con acierto lo caracterizamos como “la misma perra con distinta guasca”, hoy lo que los separa es la forma de la superación del conflicto armado, más no los conceptos claves de soberanía nacional y democracia política.
De otro lado se ha gestado una franja importante de opinión que participa en la contienda electoral con criterios apartados de las maquinarias uribistas o santistas, franja que se ha multiplicado al ubicar con mayor claridad y fuerza tanto a la cúpula del Centro Democrático coma a la de la Unidad Nacional, como “los mismos con las mismas”. Crece el repudio, la indignación y la intención de buscar una salida política diferente.
El bloque de poder, dividido frente al proceso de paz, trata de recoger la opinión ciudadana, unos defendiendo los acuerdos de paz logrados con las FARC y utilizando ese positivo logro para perpetuar el modelo de la recolonización, la antidemocracia y la corrupción y los otro utilizando el odio de un sector de la sociedad hacia las FARC y la desastrosa gestión de Santos, igualmente para perpetuar el mismo modelo de la recolonización, la antidemocracia y la corrupción. Dos bloques diferentes, pero que representan los mismos intereses.
Lo realmente nuevo es el fortalecimiento del bloque que no está en la órbita de los “gallinazos que de día pelean por tripa y de noche duermen en el mismo palo”, bloque en el que se ubican además del POLO, la Alianza Verde, Compromiso Ciudadano y otras agrupaciones, que coincide con la necesidad de respetar e implementar los acuerdos de paz logrados con las FARC e impulsar los que se discuten entre el Gobierno y el ELN, y con derrotar a los responsables de la enorme corrupción que ha alcanzado una dimensión capaz de socavar las bases del establecimiento.
El POLO ha decidido buscar un entendimiento con estas fuerzas, partiendo de que la defensa de los acuerdos de paz y el combate a la corrupción son elementos necesarios, pero no suficientes para la consolidación de este bloque electoral.
Es motivo de celebración que se esté avanzado en el establecimiento de unas reglas iniciales para avanzar hacia la convergencia, reglas iniciales que hablan de que todo se definirá por consenso y con el respaldo de las direcciones de los partidos y que las cuatro líneas gruesas de discusión serán la base programática, la definición de táctica para las elecciones parlamentarias, la concreción de nuevos integrantes para la convergencia y finalmente, si todo se logra acordar, el establecimiento de unas reglas clara para la selección de un candidato único.
No hay duda que el POLO hará todos los esfuerzos necesarios, tanto para facilitar la concreción de un acuerdo de esta naturaleza, como para que el fundamento sea un programa que al tiempo que sirva para derrotar a los corruptos y garantizar los acuerdos que le están dando salida al conflicto armado, empiece la titánica labor de desmontar el modelo económico que ha destruido nuestro aparato productivo y nuestro trabajo nacional, que ha hipotecado como nunca nuestra soberanía nacional y el modelo político de negación de derechos democráticos y de seleccionar los gobernantes en certámenes en los que predomina es el constreñimiento a los electores y la corruptela.
Es tarea que tenemos que acometer con la claridad de que de lo que se trata es de lograr unificarnos con fuerzas políticas que no corresponden a nuestra condición de izquierda democrática, con las que hemos tenido diferencias en el pasado y seguramente mantendremos muchas de ellas hacia el futuro, pero si logramos acordarnos con ellas, en las elecciones de mayo de 2018, la disputa será no ya entre los santistas y los uribistas, sino entre uno de ellos y una fuerza alternativa que desbroce el camino para la nueva Colombia.