Por: Gustavo Salazar Pineda
El tema del alcoholismo ha sido tratado y estudiado apenas en forma coyuntural sin que sus consecuencias funestas por la población haya sido objeto de una política preventiva a largo plazo.
Se legisla en el mundo y en Colombia principalmente de acuerdo a la ola de homicidios en accidente de tránsito, riñas callejeras u otras conductas y de conformidad al tratamiento que del fenómeno hagan los medios de comunicación.
Naciones hay en el mundo que tienen fama de alcohólicas y sus gentes tenidas en cuenta como adictas a las bebidas embriagantes. Un ejemplo es el alto índice de alcoholismo de los rusos y los soviéticos y su propensión a ingerir desmesuradamente vodka.
Colombia, en América Latina, ha sido considerada una nación cuyos habitantes se embriagan periódicamente y cuyas conductas de aquellos adictos al alcohol traen consecuencias graves para los libadores y terceras personas.
Boyacá y Cundinamarca han sido departamentos tradicionalmente cerveceros y propensos quienes consumen cantidades desmedidas de cerveza a participar en reyertas, peleas y a veces batallas campales en galleras, canchas de tejo, fútbol, cantinas, tabernas y otros lugares donde se expenden bebidas alcohólicas.
La Bogotá del siglo pasado tuvo fama de tener entre sus habitantes a adictos a la chicha y como consecuencia de las borracheras que tal bebida producía a registrar altas tasas de delincuencia.
La moderna capital colombiana tiene una alta población juvenil y puede afirmarse que al calor de los tragos son muchísimas las reyertas, pendencias, peleas, lesiones y muertes que acarrea esta progresiva adicción al alcohol y otras drogas que crean dependencia.
El renombrado proceso por la muerte del joven Colmenares es emblemático en demostrar las graves consecuencias que conlleva el ingerir desmedidamente bebidas embriagantes.
En mi condición de abogado penalista litigante he observado cómo los excelentes y muy competentes colegas defensores no han considerado dos aspectos fundamentales que de ser analizados y profundizados podrían aminorar el talante de los hechos y podrían conducir a eventuales responsabilidades penales con atenuantes y por ello una menor para los infractores: primero, el homicidio fue cometido bajo la influencia del alcohol y bajo inocultables arrebatos emocionales de celos e ira, atenuantes consagradas en la ley penal vigente en Colombia; y segundo, en el fragor de la riña, reyerta o contienda y bajo los efectos de los dos anteriores poderosos influjos emocionales de ira, celos y embriaguez, es probable que la intención no haya sido la de matar, sino la de lesionar, cualquiera haya sido el autor material.
En lo que respecta a Antioquia, nos cabe el deshonroso segundo lugar como departamento alcohólico de Colombia y no faltan los paisas que se jactan de que nuestro aguardiente antioqueño sea el más vendido en el país y el producto insignia de la Fábrica de Licores de Antioquia y con cuyos impuestos y rentas departamentales se contribuye al pago de los maestros.
Hace algunas décadas los niveles de consumo de alcohol de los antioqueños llegó a ser considerado el más alto del país. Andes y Salgar fueron registrados como pueblos adictos al alcohol. Mi pueblo, El Santuario, no tuvo tan alto índice de consumo, pero los delitos cometidos bajo el influjo de las bebidas embriagantes fueron numerosos.
La paradoja frente al tema del alcohol no puede ser mayor: se predica que su consumo en exceso es dañino, pero al mismo tiempo se incita a beber a los ciudadanos bajo el pretexto que entre mayor consumo habrán más recursos para la educación.
Otro absurdo surge del equivocado tratamiento que el estado cantinero da al tema del alcohol: se ha perseguido con más saña a los consumidores de marihuana que a los consumidores de cerveza, aguardiente o ron, aun a sabiendas que por regla general el consumidor del cannabis es pacífico y poco pendenciero.
Que nuestra nación es alcohólica y muy dada a pelear y fomentar riñas, reyertas, peleas o contiendas bajo los efectos enervantes de las bebidas embriagantes, lo acaban de decir las autoridades que dieron en Colombia la escandalosa cifra de 360 mil peleas y riñas callejeras. También lo prueban los videos que con relación a supuestos altos funcionarios que con el alcohol en su torrente sanguíneo se les despierta y dispara la megalomanía o delirio de grandeza, que es el principal efecto del alcohol y pregonan: “Usted no sabe quién soy yo?”.
Podría escribirse más profundamente a cerca de las consecuencias que produce la ingesta de alcohol. Lo que sí quiero resaltar es el alto índice de alcoholismo que existe dentro de la rama judicial. Quienes merodeamos o tenemos que trabajar por los lugares aledaños a los despachos judiciales, especialmente los cercanos a Paloquemao en Bogotá o La Alpujarra en Medellín, vemos con asombro como fiscales, jueces y empleados medios de la rama judicial beben consuetudinariamente, lo que además de representar un descrédito para la buena imagen de nuestra vapuleada administración de justicia, incide en la calidad de los fallos judiciales.
No hay nada más peligroso que un juez adicto al alcohol. He conocido muchos operadores judiciales alcohólicos que en otros tiempos condenaban a adictos a los drogas. ¡Vaya contradicción!
El daño que puede hacer un juez alcohólico a muchos inocentes fue reseñado hace muchos años por el escritor James Graham en su libro Historia secreta del alcoholismo. La aguda observación de Graham debiera ser tenida en cuenta por los entes encargados de nominar y elegir nuestros jueces, fiscales y magistrados, ya que el impedimento por el alcoholismo para ejercer cargos tan delicados está consagrado en la Ley 270 de 1996 o Ley Estatutaria para la Administración de Justicia.
“Nos gustaría pensar que nuestra sociedad no acostumbra otorgar poder a personas que sufran de una enfermedad que los obliga a cometer errores ……. Estamos cegados ante el alcoholismo, les otorgamos el poder de investigar y condenar y cuando abusan de ese poder nunca relacionamos esa actuación con el alcoholismo ……. Les otorgamos más que poder: les confiamos responsabilidades …… alcohólicos rutinarios pilotean aviones comerciales con cientos de pasajeros”.
La tragedia de los pasajeros del avión de Lufthansa, a principios de este año, demuestra lo que aquí se ha reseñado. ¡Cuántos más en distintos órdenes de la vida social no se deben a que estamos en una sociedad alcohólica y adicta a otras drogas que causan dependencia!