Por: Alfaro García

Recientemente, algunos diarios internacionales reseñaron al mundo entero una noticia ocurrida en la antigua Alemania Oriental, concretamente en Berlín, en la cadena de supermercados Kaiser´s; allí una mujer, conocida como Emmely, trabajó durante 31 años ininterrumpidos desempeñando el oficio de cajera. Durante su turno laboral, Emmely, tomó dos cupones de depósito de botellas, los cuales estaban guardados para ser devueltos a un cliente que los había olvidado; el valor de los bonos era de 1.30€. (Euros).  Desprevenidamente ella acudió donde una de sus compañeras para cambiar los bonos, quien no dudó en denunciarla ante sus jefes; la consecuencia: despido inmediato porque Kaiser's ya no podía seguir confiando en esa persona. Los tribunales de Berlín le dan la razón a Kaiser's: “no importa la cantidad, lo decisivo es el hecho en sí”.

En América Latina, particularmente en Colombia, puede decirse que las cosas funcionan de otra manera, de ahí que puedan surgir algunos interrogantes: ¿No será exagerada la sanción? ¿Será que la justicia en Alemania es extremista? ¿Es tan importante para los alemanes la honestidad como núcleo de valores formativos?  Queda muy claro que para los Alemanes robo es robo, sea éste grande o pequeño, y que la relación de confianza es fundamental en el mundo laboral.  Los principios y los valores a respetar no se negocian, en su moral está muy bien definido qué se debe y se puede hacer, de ahí que no se avizoran ambigüedades; tal vez otros esquemas de justicia en el mundo, vean el despido de Emmely como algo injusto y exagerado, pero lo importante y por qué no difícil, será siempre hacer la ponderación entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto…

Analizando el caso de Emmely a la luz de la cultura y la justicia colombiana, para nadie es un secreto que existe una marcada diferencia; la cultura del narcotráfico en sus mejores años llevó la impunidad en Colombia al 98%, lo que demostró la pérdida de valores en un grupo reducido de colombianos, donde se hizo popular el dicho: “…haga plata mijo, no importa cómo, pero haga plata”.

Es vox populi que en Colombia los esquemas de justicia y los entes de control, poco o nada hacen por acabar con ese Estado permisivo y tolerante del que algunos se aprovechan para saquear; la corrupción campea en escenarios públicos y privados sin que nadie diga o haga nada, o peor aún, con el riesgo de que si alguien dice o mejor denuncia, puede correr la suerte de algunos líderes de otras épocas, quienes fueron asesinados.  Es así como, sin vergüenza alguna, no pocos políticos y funcionarios públicos hablan de coimas con sus respectivos porcentajes como algo normal, natural o acostumbrado; la verdad que las cifras negociadas difieren mucho de los cuatro mil pesos que aproximadamente robó Emmely en Alemania.  Sin escrúpulos y a la luz del día, los corruptos y las corruptas roban el dinero para la educación, la alimentación, la prevención en salud y otros temas, sin pensar en los electores que en ellos confiaron.

Pensando que algún día debe acabar la corrupción y reinar la honestidad, es urgente educar a los futuros ciudadanos, inculcando valores desde los hogares y en la escuela; los padres de familia no deben enseñar a mentir a sus hijos y menos tolerar que estos lleguen a sus casas con cosas o juguetes que no son suyos.  Debe quedar claro dentro de los códigos morales colombianos, que no existen mentiras piadosas ni robos pequeños o insignificantes; el no castigar con prontitud, ha llevado a que otros cometan el mismo error, justificando sus acciones ante sus padres o formadores.