Por: Alfaro Martín García

Las ciudades comenzaron a surgir en el Neolítico, cuando los grupos de cazadores y recolectores nómadas adoptaron una vida sedentaria y agrícola, nuestros antepasados viendo la necesidad de protegerse de grupos depredadores, construyeron sus viviendas dentro de zonas amuralladas, que más tarde se conocieron como  acrópolis o ciudades. El término ciudad suele utilizarse para designar un área urbana con alta densidad poblacional en la que predomina el desarrollo industrial y comercial, además de la venta de toda clase de servicios; generalmente los habitantes de la ciudad no practican la agricultura, sino que viven a expensas de lo que producen las comunidades rurales.  Hoy, las ciudades se conocen como esas selvas de cemento, donde el ruido, la contaminación en todas sus formas y la incultura ciudadana, condenan a sus habitantes a sobrevivir en ella y no a disfrutarla.

Geográficamente, la ciudad está compuesta de barrios, corregimientos y veredas; en ella se cuenta con un cuerpo político administrativo que orienta el desarrollo urbano  y define las políticas a seguir, acatar y respetar.  Actualmente las autoridades municipales, pareciera que perdieron la noción holística de ciudad y concentran todos sus esfuerzos en querer mostrar organizado el centro de la ciudad; descuidando, o mejor desconociendo, que la cultura urbana también se vive en los barrios y lugares apartados del ruido citadino.  Generalmente las campañas dirigidas a la formación ciudadana, hacen eco en cuidar la infraestructura cercana a los edificios administrativos, centros comerciales, calles y senderos peatonales. ¿Pero el resto de la ciudad qué?

En cuanto a la movilidad, se hace evidente en algunos barrios, ver jóvenes circulando en sus motos a altas velocidades, sin casco ni chaleco, como si la norma fuera exclusiva para ser exigida sólo en el centro de la ciudad.  Las calles de los barrios carecen de señales de tránsito demarcadas, pero pululan los resaltos hechos por las comunidades sin ninguna especificación técnica; además, suelen convertirse las calles y andenes en normes parqueaderos, terminales de buses urbanos y por qué no en talleres de latonería y pintura.

Frente al tema de la seguridad, pareciera como si hubiesen sitios vedados para que la fuerza pública ejerza el control, en algunos sectores la economía informal se tomó las calles y los andenes, dejando a los peatones la única opción de arriesgar sus vidas transitando por la calle, el ruido ensordecedor de las tabernas no tiene ningún control, habiendo sectores donde la rumba amanece impidiendo la tranquilidad y el descanso de quienes allí habitan.  El perifoneo constante con megáfonos es otro factor contaminante en las zonas periféricas de la ciudad, desde bien temprano hasta altas horas de la noche, se ofrecen toda clase de productos y servicios.

Mientras que en el centro se habla de cultura urbana, en algunos barrios predomina el desorden comunitario.  No se trata solamente de hacer colegios, bibliotecas o parchar las vías, la cultura ciudadana debe ser un aprendizaje de todos sin distingo de estrato social.  Tanto derecho tienen quienes pagan altos impuestos, como quienes  pagan poco, pero pagan, todos los barrios de la ciudad deben estar regidos y protegidos por las mismas normas y los mismos controles; el Estado debe hacer presencia en ellos, evitando que actores ilegales se adueñen de lo colectivo, imponiendo sus propias reglas y decidiendo qué se hace y qué no se hace.