Alfaro Martín García

Entendiendo la seguridad como las condiciones materiales de vida que garantizan a la población civil encontrarse libre de todo peligro, daño o riesgo proveniente de la acción criminal en cualquiera de sus manifestaciones, debe saberse, que de ella se  derivan la confianza y la tranquilidad que permiten vivir en comunidad, respetando los derechos y las diferencias.

 

El discurso de los gobiernos departamental y municipal en los últimos meses, ha sido reiterativo en señalar que tanto en la ciudad de Medellín como en el resto del departamento de Antioquia, la violencia ha disminuido sustancialmente y las cosas han cambiado; las cifras presentadas en cada uno de los balances administrativos tratan de convencer a la ciudadanía que nada sucede y que las cosas van mejorando.

 

 De ser así ¿de dónde salen los homicidios fotografiados que día a día publica un periódico local con tinte amarillista?  Indiscutiblemente, el hurto no se detiene, el raponazo persiste, las bandas en ciertos sectores de la ciudad y el departamento se mantienen.  Entonces… ¿por qué el empeño en querer mostrar las cosas de otro modo?.  La presencia del General Oscar Naranjo, Comandante de la Policía Nacional, en la ciudad de Medellín y en el Bajo Cauca antioqueño, demostró que las cosas no andan bien y que hay mucho por hacer; lógicamente hacen falta más y mejores condiciones de seguridad que garanticen a los ciudadanos vivir sin zozobra ni temores, haciendo que la cooperación mutua vaya creando un clima de convivencia y paz.  Es bueno y saludable reconocer las dolencias y carencias en que se vive, con el fin de poder emprender acciones concretas que permitan mejorar los ambientes enrarecidos.

El poder jerárquico debe reconocerse y respetarse; cada uno de los treinta y dos (32) departamentos y de los mil noventa y nueve (1.099) municipios que tiene el país, cuenta con una autoridad civil delegada a través del voto del constituyente primario, quien elige democráticamente a gobernadores y alcaldes.  Ya en términos de seguridad civil, o mejor, seguridad democrática, el poder policivo está delegado en agentes de alto rango, quienes son los encargados de mantener el orden público; estos comandantes a su vez dependen de los gobiernos de turno, quienes aliadamente deben concertar políticas de seguridad ciudadana que ayuden a disminuir los índices delincuenciales.  

 

  El caso de la visita del general Naranjo, acompañado de centenares de sus mejores hombres para hacer requisas a las cárceles, retenes callejeros y tomas de barrios y/o poblaciones, demostró una falta de autoridad local. Hace mucho rato, y sin la presencia del General, se debió haber dado un vistazo a las cárceles, evitando sucesos bochornosos e inadmisibles donde con claridad se evidenció la falta de autoridad y la burla de los reos a los reglamentos carcelarios.  Inaudito que desde las cárceles se siga delinquiendo y manipulando la seguridad ciudadana. 

 

Lo más pronto posible, el Estado debe recuperar el poder absoluto de la fuerza, diseñando esquemas de seguridad concertados con la ciudadanía, para que ésta reconozca la autoridad y ayude en la construcción de un mejor ambiente social.  Es hora de gobernar de cara a la verdad, de nada sirve hacer discursos insulsos que nada ayudan a reconocer que debemos cambiar y ser mejores ciudadanos… entre todos podemos hacer de nuestro barrio, ciudad o departamento el mejor vividero del mundo.