Por: J. Ancízar Villa M.

Hace unos días, una importante empresa antioqueña celebró públicamente sus 50 años de vida institucional. Lo supe por los avisos publicitarios y el free press amplio y generoso. Se lo merecía.

Sin embargo recordé que muchos de mis años profesionales los dediqué a colaborar en la construcción institucional de la que hoy es una gran muestra de la capacidad del hombre para unirse alrededor de causas comunes, que con otras muchas personas, quienes siempre me han prodigado su amistad, nos entregamos con lo que entonces llamábamos mística, que sacrificamos muchas horas y jornadas eternas para dedicarlas a lo que era un sueño, después una pequeña empresa, luego una sorpresa organizacional, e incluso que formamos parte de ella cuando ya era reconocida como la primera en su ramo.

A los homenajes no nos invitaron y eso no importa, pero lo que realmente lamento, es que no nos hicieron partícipes de un agradecimiento, ni nada recordó a quiénes fuimos los que formamos ese pequeño equipo que siguiendo al líder guapo, corajudo, malgeniado, inteligente y terco, abrimos los caminos que hoy son avenidas.

Yo di un paso al costado después de 26 años de, por ejemplo, ser moderador de su Asamblea General Ordinaria, crear y producir por más de 14 años todos sus mensajes publicitarios para radio, medios escritos y la naciente televisión, haber escrito muchos textos para editoriales, boletines y cuanto medio se requería, haber creado al interior de la empresa, con un directivo y dos o tres operarios una natillera que después se convirtió en sección de ahorro y crédito y ahora es una poderosa cooperativa de ahorro y crédito, haber creado por iniciativa propia y financiación del bolsillo de los jugadores, el primer equipo de baloncesto porque el líder no consideraba el deporte algo útil, quizá porque nunca practicó ninguno (hoy reciben patrocinio creo que más de mil equipos), haber negociado con líderes de medios de comunicación los contratos publicitarios a cambio de productos de la empresa y haber salido con un megáfono por pueblos y ciudades, abriendo mercado y promocionando la idea solidaria en más de cien ferias y exposiciones ganaderas.

Preferí no seguir cuando percibí que la soberbia se había contagiado en diversas capas de directivos, que la mística de entonces ahora es simple trabajo a cambio de remuneración y que los frutos y los éxitos se van quedando en manos de extraños, algunos de ellos, incluso, enemigos iniciales de la causa y hoy adinerados consentidos a cambio de respetar el orden establecido.

Todo eso es quizá normal y no importa, así es la vida, pero a la altura de mis años, me está sirviendo para preguntarme si es honesto seguir predicando lealtad, transparencia, dedicación y compromiso a mis alumnos universitarios, si en últimas, al fin, solo pareciera que sobreviven y disfrutan dos tipos de perfiles empresariales, por lo menos desde esa experiencia: quienes se quedan con los honores, el dinero y los pedestales y aquellos que renuncian a sus sueños para ser aúlicos y miembros eternos del coro de aplausos.

Sin embargo, en honor de los olvidados, tengo que afirmar con seguridad que sí, que valió la pena y que la vida, como pago, siempre nos ha dado otra mano, nos ha abierto otra puerta, pero sobre todo, nos ha premiado con familias con las que sueñan quienes no han podido siquiera construir sus propios sueños

Ah… y no estoy reclamando ni pidiendo nada, el único propósito ya está cumplido: compartir una reflexión de vida.