Por: Margarita Restrepo
Si el presidente Santos nos hubiera oído a tiempo, cuando le manifestamos de todas las formas posibles nuestras dudas e inquietudes frente al proceso de paz, seguramente su carta habría sido recibida con buen ánimo.
En lo personal, llevo 2 años ejerciendo presión desde el Congreso de la República para que el Gobierno y sus negociadores en La Habana logren la liberación de los miles de niños que han sido reclutados por las Farc. Como respuestas, he recibido simples palmaditas en la espalda y mensajes confusos. En un momento dado, el doctor De la Calle se comprometió a hacer algo. Al sol de hoy, ha incumplido su ofrecimiento. Con frustración, tendremos que conformarnos con el falaz anuncio de las Farc en el sentido de que devolverán los 20 menores que ellos reconocen tener en sus campamentos. ¿Cuál será la suerte que correrán los otros dos o tres mil niños?
Desde que empezó el proceso de paz, en el uribismo hemos manifestado nuestros reparos de forma argumentada y respetuosa. Del Gobierno, como respuesta, recibimos insultos, persecuciones, engaños y malos tratos.
Con esa carta, Santos, sin buena suerte, intentó poner al presidente Uribe y a sus seguidores contra la pared. Falló en el intento, pues 4 años y medio de desprecio por nuestras propuestas no se pueden borrar con una carta que no es sincera y que, más bien, responde a la necesidad coyuntural de un presidente que se queda sin oxígeno y que ve cómo sus acuerdos con el terrorismo son cada vez menos aceptados por una opinión pública que quiere la paz, pero no de la manera como la está construyendo Santos y al precio que se está pagando.
Juan Manuel Santos ha sido un rival desleal. Hizo fraude en las elecciones para ganar la reelección. Ha celebrado alianzas perversas con sectores corruptos de la justicia con el fin de perseguir judicialmente a importantes representantes del uribismo que hoy se encuentran tras las rejas o viviendo bajo las reglas del exilio.
El daño que él, Juan Manuel Santos, le ha causado a la democracia, a las instituciones y el desmejoramiento de todos los índices –educación, seguridad, inversiones-, no se soluciona con una carta tontarrona y manipuladora que desde el mismo instante que leí entendí que se trataba de una trampa igual a la que le tendió al uribismo en 2010 cuando se disfrazó de lo que no es para robarnos el voto y montarse en el poder con el fin llevar a cabo una agenda política con la que nunca habría podido ganar aquellas elecciones.
La respuesta del ex presidente Uribe recoge el sentimiento de millones de Colombianos que no entendemos cómo el Gobierno pudo llevar a cabo un proceso de paz sin tener en cuenta elementos tan importantes como los que en el uribismo hemos manifestado. Ahora, si Juan Manuel Santos necesitaba notificar al presidente Uribe de lo que pactó con las Farc, no hace falta que convoque a reuniones insulsas y carentes de sentido. Ya sabemos que, una vez firmado el acuerdo final, Colombia quedará a merced de unos cuantos narcotraficantes que harán la transición del tráfico de estupefacientes a la actividad política.
Pero lo más importante: nada de lo que diga, haga o escriba un tramposo, merece ser recibido con buenos ojos. Por eso, la carta de Santos al ex presidente Uribe no es más que un lamentable desperdicio de papel.