Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

Como un mago con capa negra, olor a azufre y originario en los Cárpatos, José Manuel Santos, Presidente de la República, ha cambiado la estructura que fundamenta la nación, la Constitución, por un plato de lentejuelas, un manojo de normas y reformas a las leyes y a la Carta fundacional, que brillan por su evidente contribución a la capitulación política ante la guerrilla que le exige, el precio a su obnubilación:  pasar a la historia como un mandatario mejor que el anterior.

Santos hubiera conseguido ser un buen Presidente con el solo plan de carreteras que tanto publicita. Unir el país por una red de vías modernas y seguras era ya un mérito suficiente para recordarlo. Pero más le pudo su íntima ambición, nacida de su vieja militancia, de acordar un tratado de paz con las Farc que estaban militar y políticamente derrotadas.

A las Farc había que terminar de estrecharles el camino de su derrota y obligarlas a negociar en esa condición. No se trataba de eliminar hasta el último guerrillero, sino de aplicarles la ley del más fuerte, el Estado, que los invita a dejar las armas bajo el imperio de la ley, en el entendido de aplicar la justicia transicional. Santos y sus escuderos, no obstante, convirtieron la justicia transicional en un instrumento de corrupción jurisprudencial que ampara la impunidad. Las Farc, de manera inteligente y con los brazos artificiales de Cuba, Venezuela, Noruega y la ONU, voltearon la tortilla y se colocaron a la ofensiva verbal y propositiva. Santos y sus alfiles en La Habana se inclinaron por una metodología del espectáculo y de concederle a la guerrilla el “honor” de estar en igualdad con el Estado. De ahí en adelante lo que informa a Santos y a la delegación gubernamental en la Habana es la consciencia transicional. Conscientes de su desequilibrio ofertaron los cambios que fueran necesarios para obtener de la guerrilla un esquivo acuerdo que se firmará como la gran capitulación del Estado colombiano. En el pasado, hubo cercanos acuerdos de desmovilización y desarme que hacen victoriosa la lucha por la paz entre nosotros, pero con un método distinto. Los acuerdos de paz  con el M19 y el EPL se basaron en la voluntad de las partes en una agenda racional y humanitaria, no obstante ser el EPL una fuerza insurgente con más capacidad de fuego que el Eln, más militancia social y operativa, sin signos de derrota. Es cierto que en esos momentos se podían aplicar el indulto y la amnistía, que hoy están condicionadas tales figuras judiciales por el  Tratado de Roma. El Estado y las guerrillas citadas acordaron la desmovilización y el desarme, el apoyo a la creación de partidos legales, a la protección de la vida y de la acción política de sus excombatientes, ayuda financiera, educativa y laboral. Por supuesto el indulto y la amnistía. No hubo declaración de igualdad con el Estado y no tuvo la agenda puntos relacionados con los problemas sociales y políticos del país los cuales corresponden a otra agenda, la agenda democrática que se debate en las instancias que determinan las leyes y la Constitución.

Este es el meollo del asunto en la Colombia de hoy. Las Farc alcanzaron la calidad de “constituyentes” de facto, tienen del cogote a Santos, De la Calle y Sergio Jaramillo. A los generales asesores y, a decir verdad, a todos los congresistas y a la comunidad nacional. En la futura etapa de diálogos con el Eln se repetirá este mismo esquema que inundará el posacuerdo con las Farc. La paz será intervenida nuevamente, con una agenda impuesta por la contraparte.

El proceso de La Habana está pinchado por serios asuntos internacionales que infestan la donosura de los discursos santistas. La crisis venezolana nos afecta en materia grave por la situación alimentara y medicinal de treinta millones de habitantes donde coexisten un millón de colombianos (no hay cifras confiables), un gobierno que cierra las fronteras e inventa una conspiración externa que incluye a expresidentes colombianos, una tensión social y política que puede desencadenar una guerra civil o un golpe de estado que se transforme en una dictadura cívico-militar. No estamos libres de hostilidades fronterizas que conviertan el problema interno en un conflicto internacional. Veremos, entonces, a las Farc-Eln apoyar a Maduro, al pueblo colombiano apoyar a los demócratas venezolanos. ¿Qué posición tendrá Santos frente a este eventual panorama?

Los Estados Unidos, por otra parte, interesados en la “paz santista”, con los cubanos amansados, ¿serán “observadores neutros” como hasta ahora? ¿La OEA tendrá que actuar con la carta democrática?

Son día apresurados con variables jugadas políticas que afectarán la intranquila incertidumbre de los colombianos Es el momento de alumbrar nuestro camino con los versos de Porfirio Barba Jacob, dedicados al Presidente Santos, que no debe conocer al autor.

“Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,

como la entraña obscura de obscuro pedernal;

la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,

en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.”